
Carlos Fernando Posada Tique
Escritor

MIS OBRAS
PERSONAJES
CAPITÁN HUDSON
SAM FOX
SARGENTO SMITH AND WESSON (joven policía)
ESCENARIO
Exterior de estación de policía.
Ambiente: atardecer muy cercano a la noche. Al frente, en perspectiva, una estación de policía. Desde afuera, a través de la persiana naranja de la estación de Policía, se ve la luz amarilla que ilumina el interior. También se visualiza una silueta masculina de contextura atlética, al parecer manipula un radio que hay sobre un archivador. Una silueta de otro hombre que, al parecer, está sentado.
Desde afuera también puede escucharse cómo la silueta atlética busca en la radio una estación en especial.
LÍNEA DE EMERGENCIA
Carlos Fernando Posada Tique
ESCENA PRIMERA
NARRADOR RADIAL: -This is one hundred one the real music station…. /... nunca sabe lo que… / …ta María madre de Dios rue… / …
UN NARRADOR. -Las sombras que se ven a través de la persiana corresponden a dos hombres. Son policías. Uno es evidentemente de un rango superior al otro. Es oficial. Cuarenta años de edad aproximadamente. Su uniforme es mucho más... perfecto, más... impecable, más… sexy si esa es la expresión, y está buscando la estación de radio donde transmitirán el partido de fútbol. Su nombre es...
CAPITÁN HUDSON.- Hudson, Capitán Hudson. De niño solía permanecer en estado de alerta. Me preocupaba la seguridad de quienes estaban conmigo aún si fuese yo el más chico de todos. También solía ser muy riguroso con la organización de mis cosas personales. Cada noche gastaba yo mis horas organizando mi armario; como que mis pequeñas camisas deberían estar perfectamente dobladas y alineadas, los calcetines milimétricamente apilados uno sobre otro, como un edificio de superficies planas de líneas perfectas, y mis juguetes en su respectivo lugar porque nunca, después de cada aventura, quedaban dispuestos al azar por ningún espacio de la habitación. Esa noche, cuando me disponía a dormir me acerqué a cerrar la ventana. Era una de esas ventanas tipo guillotina, que se bajan así. Fue cuando de pronto escuché que mi hermana tenía problemas, la podía escuchar en su habitación, un continuo forcejeo me hacía suponer que algo no andaba bien, que tal vez algún asaltante la había reducido y no podía pedir auxilio. El forcejeo no cesaba y yo me preocupaba cada vez más. Sentía que algo debía hacer para proteger la vida de mi hermana mayor.
Bajé a la habitación de mis padres, les advertí de lo que pasaba y dirigí la operación. Mi padre, que vendía elementos agrícolas, nos proveyó, a mi madre y a mí, de armas como palas y rastrillos que usaríamos para irrumpir a la cuenta de tres y rescatar a mi hermana.
Yo contaba y mi papá, que era el más fuerte, tumbaría la puerta. A la cuenta de tres, en una operación dirigida por mí, mi papá, mi mamá y yo, entramos… a la cuenta de tres nos enteramos, ahí mismo, de que mi hermana tenía novio y de que acababa de perder su virginidad… de ahí en adelante solo el silencio reinaba a la hora de cenar y difícilmente nos podíamos mirar a los ojos; pero lo bueno fue que ahí mismo, en ese bochornoso momento, yo supe que quería ser un Policía. (Busca y encuentra el dial de la transmisión de partido.)
LOCUTOR DE RADIO.- ... la lleva el fabuloso número diez, que no quiere entregar el balón, con bastante ligereza y estilo va llevando enredado entre sus botines de oro el balón...
NARRADOR.- El otro hombre es el policía de menor rango entre los dos. Es el sargento Smith and Wesson. Es definitivamente mucho más joven que el Capitán Hudson. Parece un muchacho aún díscolo que disfruta de la lectura. Tiene en sus manos y se entretiene bastante con una revista tipo Hustler, o PlayBoy.
SARGENTO SMITH.- (Al narrador.) ¡Ay! A ver, salga y dígaselo a todo el mundo. Será que ninguno de ustedes ha tenido una de estas debajo del colchón. Yo, al menos, no tengo tapujos, bueno, tampoco es que pueda andar viendo esto en cualquier parte, pero este es un sitio donde trabajamos hombres y esto es literatura masculina. Además, como volaron la antena repetidora, ni modo de ver el partido, toca por radio y, para completar la señal telefónica no está muy bien.
(El Sargento Smith deja la revista y va hacia el enchufe del teléfono. Hace alguna reparación.)
SARGENTO SMITH.- Capitán, levante la bocina.
CAPITÁN HUDSON.- (Levanta la bocina.) Nada. Olvídelo, todo será esperar a que levanten la antena repetidora.
SARGENTO SMITH.- (Irritado.) ¿A quién demonios se le ocurre volar una antena repetidora?
CAPITÁN HUDSON.- Si lo supiéramos, ya lo hubiésemos aprehendido y yo tendría otra medalla, en esta esquina, ¿lo ve? Aquí, en mi camisa. Pero usted tranquilo, Sargento, no se vaya a asustar, este es un lugar muy tranquilo.
SARGENTO SMITH.- ¿Solo le falta una, Capitán?
CAPITÁN HUDSON.- Sí, una medalla al mérito o un par de años más para mi jubilación.
SARGENTO SMITH.- Wow. Se necesita mucho valor Capitán. ¿Hay alguna que tenga mayor… cómo digo… importancia? Sé que todas son importantes, es que no encuentro la palabra adecuada…
CAPITÁN HUDSON.- Porque tal vez no está leyendo la literatura adecuada, muchacho. Esta, esta que está aquí, significa mucho, mucho para mí, y esta y esta, esta también. Solo cumplo con mi deber. Mi madre decía: “Nunca esperes nada a cambio para cumplir con tu deber, solo hazlo”. Todas estas medallas me las he ganado cumpliendo con mi deber, pero puedo decir que esta (señalando una medalla en su camisa) es la que tiene un...significado más especial para mí. Aquí, donde estamos nosotros, realmente nunca pasa nada. Lo de la antena repetidora es una novedad, pero tranquilo Sargento, este es un lugar apacible.
SARGENTO SMITH.- Lo sé, Capitán, en cierta forma somos afortunados. No es un tema de cobardía, pero acá usted y yo la pasamos suave.
CAPITÁN HUDSON.- Sobre todo la ciudadanía, que es la importante aquí, pero no se confíe, Sargento, siempre debemos estar atentos, es nuestro deber.
SARGENTO SMITH.- ¿Café, Capitán?” (Sin esperar respuesta sale y regresa con un café. Afuera, se escucha pasar la algarabía de un grupo de personas que al parecer va de fiesta.)
SARGENTO SMITH.- Hace calor. Yo no me refería a esa clase de Quien, Capitán, me refiero... que a quién se le ocurre volar una antena repetidora en plena temporada de la Liga. Mírese usted Capitán, sujeto a lo que la radio le diga. El fútbol es para verlo, que usted pueda decir pero qué coño, qué hace, llévela, pásela, ¡cómo es de bruto!, cómo hace eso, ¡falta! ¡penalty, penalty!, ¡ay, nooo se cayó la marica!”; pero la radio no ofrece emoción, lo rico, el morbo, las porristas, las mujeres en la tribuna, gritando (imitando a mujer de pechos grandes con camiseta ajustada haciendo barra en la tribuna) gimiendo, mordiéndose los labios, ricoooo, saludando a la cámara, (suspende la imitación) ¡aaahhhh! mammitaa, ricaaa, toma tu bessssooo…
CAPITÁN HUDSON.- Por ahora esto es lo que hay.
(La señal de radio cae.)
(La luz en la oficina se hace intermitente hasta quedar a punto de oscurecer. Pausa. Silencio. Solo se escucha el motor de una vieja nevera. Pausa. En la penumbra, el Sargento Smith trata de volver su atención a la revista de mujeres desnudas.)
SARGENTO SMITH.- Mañana paso a la librería a comprar un libro de verdad. (Deja de lado la revista.)
(Con la débil luz, la radio sin señal y sin nada qué hacer, el Sargento Smith saca de su escritorio una cajita musical, le da cuerda y la pone a sonar.)
CAPITÁN HUDSON.- (Alterado.) ¿Qué hace? ¿De dónde sacó eso?
SARGENTO SMITH.- Lo siento, Capitán, eeh eh, es un regalo. Qué pasa, Señor, es solo una…
CAPITÁN HUDSON.- Sé lo que es. ¿De dónde lo sacó?
SARGENTO SMITH.- (Alterado.) Lo siento, Capitán, no sé, era de mi madre, ella murió, ella ya no está, lo siento, cuando me acuerdo de ella, la pongo a sonar y la siento cerca, perdón, antes de policía soy un ser humano y cuando juré, no me pidieron olvidarla a ella, no tengo a nadie, estoy lejos de todo lo que pueda identificarse conmigo, no tengo amigos realmente, sólo soy un policía en un pueblo ubicado en la mierda de todo el mundo y no hay nada que hacer, no hay energía, han volado la antena repetidora, dígame qué hacemos, ¿Tiene usted algo en mente, Capitán?
CAPITÁN HUDSON.- Lo siento. No es su culpa. La última vez que leí algo policíaco era recurrente el sonar de una cajita musical. Mientras las víctimas eran atacadas, el asesino hacía sonar la cajita musical. Desde entonces, no puedo escuchar una y dejé de leer suspense y terror. Lo siento. Debe escoger algo que le disipe la mente, no algo que le confunda. Disculpe Sargento. Necesito tomar aire. (Capitán sale frente a la estación.)
ESCENA SEGUNDA
(Capitán Hudson parado frente a la estación de policía. Fuma.)
SARGENTO SMITH.- (Desde el interior de la estación de policía.) Qué paradoja ¿no?
CAPITÁN HUDSON.- ¿Paradoja?
SARGENTO SMITH. La paradoja del asesino. Hay quienes matan por no pagar una deuda y hay otros que matan porque alguien no les pagó un dinero. Hay quienes pagan por matar y hay a quienes les pagan por matar. Esos son los que matan por dinero. El dinero es su, cómo se dice, ¿lemotiv?, eso, leimotiv.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Dónde está la paradoja?
SARGENTO SMITH.- La paradoja está en que hay personas que no quieren ser asesinadas y otros que pagan por que los maten. Si lo matan a usted, Capitán, o a mí, no hay paradoja. Ninguno de los dos, ni usted ni yo queremos ser asesinados pero ejercemos un oficio donde el riesgo está allí, latente. Digamos que serían gajes del oficio. Pero me refiero a las personas que están allá afuera, ninguno quiere ser asesinado, pero hay casos de personas que pagan a otros para que los maten a ellos mismos. ¿Me entiende usted? Se dice que en una ciudad, no recuerdo dónde ni en qué país, dos sacerdotes pagaron por ser asesinados. ¿Lo ve usted? Ahí está la paradoja…
CAPITÁN HUDSON.- (Regresa al interior de la estación.) …
SARGENTO SMITH.- Hay otros que matan por celos y otros que matan por placer.
CAPITÁN HUDSON.- Como los artistas.
SARGENTO SMITH.- ¿Como los artistas?
CAPITÁN HUDSON.- Los artistas son artistas por placer. Siempre están matándose por hacer un buen ensayo, se matan por lograr la mejor canción, se matan por alcanzar su máximo sueño. Toda su vida matándose por algo que la gran mayoría nunca logra, pero se mataron toda la vida por placer.
(Suena el teléfono. El teléfono es de color rojo.)
CAPITÁN HUDSON.- Tiene una llamada, Sargento.
SARGENTO SMITH.- Estación Central, buenas noches, soy el Sargento Smith and Wesson.
(Al Capitán alejando la bocina) Tuvo que haber sido algún homosexual reprimido.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Lo puede identificar por la voz?
SARGENTO SMITH.- (Tapando la bocina.) Me refiero a quien voló la antena repetidora / Aló, estación Central, ¿sí, dígame? ¿Hay alguien ahí? ¡Aló! / A los homosexuales no les gusta el fútbol. / Sí, ya le escucho, ahora sí, dónde se encuentra… ajá, sí.
CAPITÁN HUDSON.- Recuerde, sargento, que todo lo que diga puede ser usado en su contra.
(La energía se restablece y la radio vuelve a transmitir el partido de fútbol.)
SARGENTO SMITH.- ¿Está usted herida? / Sé que tengo derecho a permanecer callado pero es que no hay derecho / ¡Ah! Lo siento, creo que no le escuché bien, perfecto, cierre bien sus puertas y ventanas, no se asome / es la primera vez que nos perderemos la Liga de Campeones por televisión / Sí, estoy tomando nota de su caso. Tranquila, usted manténgase en su casa, ya mismo salgo para allá.
(La intensa luz de un vehículo agrede el interior de la oficina. El Capitán Hudson se dirige hacia afuera.)
CAPITÁN HUDSON.- (Asomándose hacia el exterior.) Amigo, buenas noches. Por favor, no estacione su vehículo frente a la estación, podría ganarse una multa y, usted sabe, el palo no está para cucharas.
(Se escucha el ruido del motor encendiendo. El vehículo se aleja. El Sargento continúa atendiendo la llamada y hablando con el Capitán Hudson.)
SARGENTO SMITH.- Deme su ubicación / Los homosexuales están tomándose el mundo / Sí, mi señora, claro que sé perfectamente donde es / Tienen hasta una bandera como si se tratara de una nación.
CAPITÁN HUDSON.- Y son tantos que podrían ser una nación, y muy poderosa. Simpática. Tengo un amigo…
SARGENTO SMITH.- Con gusto señora / ¿Es homosexual?/ Gracias por su participación ciudadana. Ya mismo salgo para allá.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Tiene algo en contra?
SARGENTO SMITH.- No, Capitán, es una ciudadana que reporta un conato de disturbio.
CAPITÁN HUDSON.- Me refiero a algo en contra de los homosexuales. Mi amigo no es homosexual, pero tiene un hijo...
SARGENTO SMITH.- Debe ser muy fuerte.
CAPITÁN HUDSON.- Y muy inteligente, sí. Cuando su hijo le pidió que le regalara una muñeca, él, después de quedar en silencio, usted sabe, procesando la información, le promete que le regalará su muñeca, usted sabe, la muñeca para su hijo.
SARGENTO SMITH.- Pffff, yo nunca le regalaría una muñeca a mi hijo. Le regalaría un balón.
CAPITÁN HUDSON.- …y cuando se la regaló, le dijo “toma, cuídala, ámala, protégela, ella podría ser tu novia, tu esposa…”
SARGENTO SMITH.- ¿La bandera es un arco iris? Hum, con lo yo que amaba ver el arco iris... (Evadiendo el tema canta una línea de la popular canción de Vicente Fernández.) Mujeres, oh, mujeres tan divinas, no queda otro camino que adorarlas. (El Sargento Smith golpea el televisor tratando de lograr imagen.)
¡Ah! ¿A quién se le ocurre? Justo en plena Liga de Campeones. Permiso para hablar Capitán, el Sargento Smith and Wesson solicita permiso para retirarse.
(El Capitán Hudson corresponde al ademán militar y el Sargento Smith se retira. El Capitán permanece un rato escuchando la narración del partido. Ubica visualmente la revista que dejó el Sargento Smith. Pausa.)
NARRADOR DE RADIO.- Señoras y señores, este partido está candente, tanto en la cancha como en la tribuna, qué hermosas mujeres acompañan hoy a estas dos selecciones, de verdad que lo sentimos por quienes no pueden verlo pero así es la radio, nosotros hacemos lo mejor que podemos pero describir a estas mujeres, a las mujeres del fútbol, no es fácil; compañero (se supone que le habla a un segundo locutor), mire allí por ejemplo...
(El Capitán Hudson observa el televisor. Da unas palmaditas tímidas buscando que funcione. Avergonzado de sí, abandona el televisor y se dirige a su escritorio. Continúa escuchando la narración.)
Impresionante señores, pudo ser un gol de lujo, cómo pudo suceder, pero así es el fútbol…
(Suena el teléfono rojo.)
ESCENA TERCERA
CAPITÁN HUDSON.- Estación Central, buenas noches.
(Al otro lado de la línea, una mujer. Sam Fox. Su tono de voz muestra algo de angustia.)
SAM FOX.- ¿Cómo? ¿Disculpe usted?
CAPITÁN HUDSON.- Estación Central, buenas noches.
SAM FOX.- ¡Ah, disculpe usted, no le he entendido muy bien, la señal está agónica.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Está atónita? ¿A dónde está llamando señorita?
SAM FOX.- Quiero decir débil.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Que me vio usted? ¿A qué se refiere?
SAM FOX.- Oh, disculpe, quiero decir que la señal es estremecedoramente inconveniente.
CAPITÁN HUDSON.- No entiendo lo que quiere decirme, pero le digo que está comunicada usted con la Estación Central. Deme un momento por favor.
(El capitán Hudson deja la bocina sobre el escritorio, revisa la conexión del cable del teléfono. Es una labor incómoda dada la ubicación del enchufe.)
SAM FOX.- No, un momento, por favor, no se vaya...aló, aló, ¿Está usted allí todavía?
CAPITÁN HUDSON.- (Sin tomar la bocina.) En un momento estoy con usted, la señal está agónica.
(El Capitán termina de revisar el enchufe.)
CAPITÁN HUDSON.- Uff, ¡qué calor!
(El Capitán Hudson se dirige a la cocina y regresa con una lata de gaseosa. Revisa el aire acondicionado pero desiste. No funciona. Toma la bocina de nuevo.)
CAPITÁN HUDSON.- Aló, disculpe pero no la entiendo.
(Al otro lado de la línea, ya no hay nadie. El Capitán, buscando aire fresco, sale a la calle con su gaseosa. No sin antes recoger de su escritorio sus cigarros. Afuera, enciende uno. Total tranquilidad. Suena el teléfono rojo. Capitán Hudson vuelve a entrar.)
CAPITÁN HUDSON.- Estación Central, buenas noches.
SAM FOX.- Oh, gracias a Dios.
CAPITÁN HUDSON.- ¿A qué se refiere? No es un milagro que contestemos la Línea de Emergencia. Siempre lo hacemos. Estamos disponibles las veinticuatro horas para proteger a la comunidad, si en algún momento no ha recibido contestación debe ser porque…
SAM FOX.- Quiero decir, gracias a Dios no me he equivocado, pensé que había marcado mal, que me habían contestado en otra parte.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Llamó usted hace un instante?
SAM FOX.- Sí señor, yo llamé…
CAPITÁN HUDSON.- Pues le digo y le confirmo que está usted comunicada con la Estación Central. ¿Conoce usted el sector? Está ubicada al noroeste de la ciudad tomando la avenida…
SAM FOX.- Conozco perfectamente el lugar, señor…disculpe... Es usted policía, ¿verdad?
CAPITÁN HUDSON.- Sí, señorita, le estoy diciendo que le contesto desde la Estación…
SAM FOX.- Sí, señor, le escuché perfectamente.
CAPITÁN HUDSON.- Lo siento señorita, la señal no ha estado muy buena, debe usted saber que volaron la antena repetidora y eso afecta de todas maneras. Buenas noches.
SAM FOX.- Buenas noches señor… ¿Qué cargo tiene usted... señor…?
CAPITÁN HUDSON.- Hudson, Capitán Hudson, señorita… ¿es usted…señorita? Disculpe, no quiero ser ofensivo, es solo un formalismo, necesito diligenciar correctamente el formato de llamadas recibidas a través de la Línea de Emergencia; se lo explico porque tampoco me gustaría que se sintiera usted agredida, y mucho menos por la autoridad. Ya sabe usted, señora – señorita; a mi hermana, por ejemplo, le molesta que le digan Señora en lugar de Señorita, pero la señora Nixon insiste en que así se le debe decir aunque nunca nadie ha conocido al señor Nixon. (Se estira sobre el escritorio para alcanzar el formato de llamadas.)
SAM FOX.- No se preocupe, Capitán, sí, soy señorita…Señorita Fox, Sam Fox.
CAPITÁN HUDSON.- Cuénteme señorita Fox.
SAM FOX.- Verá usted, Capitán Hudson, alguien quiere violarme.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Ha dicho usted violarme o violentarme? Sabe usted que es diferente la una de la otra.
SAM FOX.- He dicho violarme, alguien quiere violarme.
CAPITÁN HUDSON.- Entiendo, ha dicho usted que alguien quiere violarla. (El Capitán Hudson se estira aparatosamente para apagar la radio.)
CAPITÁN HUDSON.- ¿Ha bebido usted esta noche señorita?
SAM FOX.- No señor, no.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Ha consumido sustancias alucinógenas recientemente?
SAM FOX.- No señor, no soy partidaria…
CAPITÁN HUDSON.- Me parece perfecto. Imagínese si todos nuestros jóvenes se volviesen hippies. Cuando tenga usted tiempo pase por la estación y firma el referendo por la no legalización de…
SAM FOX.- (Voz baja. Suplica.) Alguien quiere violarme, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Por qué dice que alguien quiere violarla, Señorita Fox? LivingFar es un lugar muy apacible.
SAM FOX.- Verá usted. Antes de acostarme a dormir suelo darme un baño relajante; especialmente los jueves; hoy es jueves, ¿sabía usted?
CAPITÁN HUDSON.- Así es, señorita, lo sé porque están transmitiendo la final de la liga de fútbol, la final que habían anunciado para hoy jueves. No pude verla por la televisión, pero la escucho por la radio. ¿Lo ve usted? Yo sé que hoy es jueves porque me gusta el fútbol y usted sabe que hoy es jueves porque acostumbra a darse su baño relajante.
SAM FOX.- Así es, Capitán. Verá. Llego normalmente a casa a eso de las seis treinta de la tarde. Por lo general, hago el mismo recorrido en cuarenta y cinco minutos. Salgo del periódico, paso a la galletería, me encantan las galletas que hornean entre cinco y seis de la tarde. Giro a la derecha en la esquina, justo donde queda la boutique, ¿la ha visto usted?, donde venden ropa a la que ninguna chica podría resistirse. ¡Por Dios!, esos maniquíes, incluso a mí me despiertan sensualidad y, bueno, algo de sexualidad. Aclaro, me gustan los hombres, de hecho nunca he tenido una relación con ninguna chica, y bueno, con ningún hombre tampoco. Soy virgen, ¿sabía usted?
CAPITÁN HUDSON.- No, señorita, no lo sabía. Bueno, supongo que si es la Señorita Fox es porque usted es virgen; es virgen y quieren violarla.
SAM FOX.- Sí, Capitán, quieren violarme. Claro, que si yo fuera hombre, también me gustaría estar con alguna de esas mujeres.
CAPITÁN HUDSON.- ¿A cuáles mujeres se refiere? ¿Hay más personas con usted?
SAM FOX.- No señor, no. Me refiero a los maniquíes de la boutique, si fueran mujeres reales serían muy asediadas por los hombres. Solo hay que verlos. Disculpe mi indiscreción, pero ustedes los hombres son muy visuales, a los hombres, se les conquista por la vista, a nosotras, las mujeres, por el oído. He visto a algún empleado detenerse en los senos de una de esas falsas mujeres mientras la viste y hasta he notado cómo algún que otro hombre se toca disimuladamente frente al almacén mientras las contempla. A propósito, ¿ha visto usted cómo cambia el comportamiento de un hombre frente a una mujer? Es como si en las Sagradas Escrituras nos hubieran querido homenajear al decir que salimos de la costilla de un hombre, pero no, en realidad, las mujeres salimos de alguna planta alucinógena, como una droga, tal vez por eso todas las sustancias psicoactivas tienen nombres femeninos y quien las consume pierde el control, tal cual, los hombres pierden el control, renace el simio, ¿No lo ha notado usted?
CAPITÁN HUDSON.- ¿El simio?
SAM FOX.- Fíjese usted. Cuando una de nosotras pasa cerca de un hombre, ellos, ustedes, hacen ruidos, como un simio, dan golpecitos a una superficie, carraspean, suenan llaves, tosen, hablan más fuerte y hacen muchas cosas para llamar la atención. Imagínese eso mismo en un grupo de diez hombres. ¡La manada! Y volviendo al tema de los maniquíes, llegan a ser objeto de deseo para los hombres, no para nosotras. Para una mujer, es claro que se trata de un ser frío inanimado, pero para el hombre, el maniquí viene a ser el Neanderthal de la muñeca inflable. Quiero decir, Capitán, que yo estoy sola, no hay nadie más conmigo y un hombre quiere violarme.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Dónde se encuentra usted, señorita?
SAM FOX.- En mi casa. Mi casa es enorme, es gigante para una chica como yo, sola, joven y virgen.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Es usted sola, joven y virgen?
SAM FOX.- Sí señor, lamentablemente.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Lamentablemente?
SAM FOX.- Sí, Capitán, en estos tiempos es muy riesgoso ser una mujer bonita, joven y virgen.
CAPITÁN HUDSON.- (Mirando hacia la calle a través de la persiana.) Para eso estoy yo, señorita, para protegerla. En mi juramento, también juré protegerla a usted.
SAM FOX.- ¿Protegerme a mí, Capitán?
CAPITÁN HUDSON.- Así es, señorita.
SAM FOX.- Ya quisiera yo unos fuertes brazos masculinos que me protegieran; sin embargo, parece que los hombres me huyen, al parecer no es fácil estar con una mujer joven, bonita, y…
CAPITÁN HUDSON.- …y virgen.
SAM FOX.- No, Capitán, exitosa, iba a decir una mujer exitosa.
CAPITÁN HUDSON.- ¡Ah!, lo siento, disculpe.
SAM FOX.- ¿No le pasa a usted? ¿Es usted casado?
CAPITÁN HUDSON.- No exactamente, señorita.
SAM FOX.- ¿Encuentra usted a una mujer como yo complicada?
CAPITÁN HUDSON.- A usted aún no la conozco, señorita. Apenas llevamos unos minutos conversando. Estaba yo escuchando la final de la copa de fútbol que estaba programada para hoy y en ese momento usted llamó a esta, su línea de Emergencia, y no supe quién ganó la copa. Usted me decía que la iban a violar porque usted todos los jueves toma su baño relajante a eso de las seis de la tarde.
SAM FOX.- Así es, tiene usted razón.
CAPITÁN HUDSON.- ¿En qué, señorita?
SAM FOX.- En que usted no me conoce, en que apenas llevamos unos minutos de conversación. Se equivoca cuando dice que me van a violar porque es jueves. Además, yo me refería a que si usted le huye a una mujer joven, bonita y exitosa.
CAPITÁN HUDSON.- Bueno, realmente no lo sé. Tengo una novia. Mary Ann Es una chica sencilla.
SAM FOX.- ¿Es joven?
CAPITÁN HUDSON.- Sí, es joven.
SAM FOX.- ¿Es bonita?
CAPITÁN HUDSON.- Sí, es bonita.
SAM FOX.- ¿Es... exitosa?
CAPITÁN HUDSON.- Es artista. Y es maestra de primaria. Vamos a casarnos.
SAM FOX.- ¿Mary Ann?.. Es una chica afortunada.
CAPITÁN HUDSON.- ¿La conoce usted?
SAM FOX.- ¡Oh!, no, Capitán, digo que debe de ser una chica afortunada. Ella lo tiene a usted para protegerla.
CAPITÁN HUDSON.- Ya ve usted.
SAM FOX.- ¿Qué cosa?
CAPITÁN HUDSON.- Que estoy hablando con usted a quien no conozco y usted está hablando de mi novia a quien no conoce, pero usted tampoco me conoce a mí. Usted sólo sabe que yo soy el Capitán Hudson porque yo se lo he dicho y yo solo sé de usted que es la Señorita Sam Fox, que es una chica, sola, joven y exitosa.
SAM FOX.- Y virgen, y me van a violar. Por eso estoy atemorizada. Lo sé. Cuando me siento en peligro, se me agita la respiración y mis pechos se hinchan. Es una señal infalible. No suelo tener pechos grandes, bueno, no es que una pueda decidir si hoy lleva pechos grandes y mañana, no; quiero decir que reconozco que estoy atemorizada porque se me agita la respiración y a continuación, se me hinchan los pechos.
CAPITÁN HUDSON.- Entonces hay relación entre su agitada respiración y sus pechos hinchados.
SAM FOX.- Sí, Capitán. Se me agita la respiración cuando tengo una duda, cuando tengo una preocupación o cuando estoy ansiosa, pero solo se me hinchan los pechos cuando me siento en peligro; como cuando un venado alza su pequeña cola blanca. Así me pasa a mí. Se me hinchan los pechos. (La señorita Fox empieza a seguir algo con la mirada. Ahoga un grito tenebroso.)
CAPITÁN HUDSON.- ¿Está usted bien, señorita Fox?
SAM FOX.- (Perdiendo la respiración.) No.
CAPITÁN HUDSON.- Hábleme señorita Fox, por favor, ¿Qué está pasando? (Recurriendo al radio de comunicación.) Sargento Smith, Sargento Smith / Señorita Fox ¿Qué ve? ¿A quién ve?
SAM FOX.- Es enorme.
CAPITÁN HUDSON.- ¡Santo cielo! (A la radio de comunicación.) Sargento Smith, Sargento Smith!
SAM FOX.- Es...es…
CAPITÁN HUDSON.- Tranquila señorita Fox, ya una patrulla de refuerzo ha salido hacia allá. (Él sabe que es mentira pero no ve otra alternativa para tranquilizarla.) Solo dígame qué ve, tranquila, dígame qué ve.
SAM FOX.- (Que hace un recorrido visual, aterrada.) Es… oh, por Dios.
CAPITÁN HUDSON.- Santo cielo. Sargento Smith, dónde se ha metido, no puedo dejar la estación sola / Deben de estar por llegar, señorita, usted tranquila, estamos para protegerla.
SAM FOX.- ¡Una araña!
CAPITÁN HUDSON.- ¿Quiere decir que hay un hombre vestido de hombre araña y quiere violarla? ¿Me toma usted del pelo, señorita Fox?” Mire señorita, le advierto que llamar a la Línea de Emergencia con el único fin de hacer bromas acarrea una sanción económica fuerte, con el riesgo de que usted pueda pagar cárcel de hasta ocho años. Imagínese usted si otra persona…
SAM FOX.- No, capitán. Hay una araña aquí conmigo, si hay algo a lo que le tengo pánico es a las arañas. ¿Sabe? Sufro de aracnofobia. Cuando era una niña, solía jugar en el patio trasero de mi casa, de la casa de mis padres. Era un enorme solar, era gigante y era para mí sola. Habían construido para mí una casa de juegos en una de las dicoteledóneas… Era un árbol de duraznos; claro no es el más apto para una casa elevada, pero yo era una niña, no necesitaba algo muy elaborado. Una vez, me quedé dormida. No sé cuánto tiempo dormí. Mi madre tuvo que despertarme para ir a cenar. A partir de allí, durante meses, los oídos me molestaban terriblemente, incluso llegué a pensar que enloquecería, ¿sabe usted? Esa sensación de vacío en los oídos, esa angustia de quedar de repente sorda de un oído, pero sabes que hay algo allí que no puedes sacar… Un compañero del colegio me dijo que un tío de él había sentido la misma sensación y se había suicidado, pero mi árbol de duraznos no era lo suficiente alto para lograrlo hasta que me llevaron al doctor y extrajo, de mi oído derecho, una araña. ¿Lo ve usted? Una araña. Bueno, yo dormía en su árbol, por qué no podía ella dormir en mi oído. Es paradójico ¿verdad? Y ahí está ella pero en este momento no puedo reaccionar, sería muy peligroso. Ese hombre me ubicaría inmediatamente.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Tiene el rabo rojo, señorita?
SAM FOX.- ¿Cómo Capitán? De pronto un poco maltrecho por la posición, pero no sé si lo tengo rojo. Si logro salir bien librada de esta situación me daré cuenta. Oiga Capitán... ¿No le parece un poco irrespetuosa su pregunta?
CAPITÁN HUDSON.- Disculpe Señorita, me refiero a la araña, si tiene el rabo rojo, debe tener cuidado, es altamente venenosa; sin embargo, si usted no la ataca ella tampoco lo hará.
SAM FOX.- De todas maneras se ha ido. Gracias a Dios.
CAPITÁN HUDSON.- Gracias a Dios, señorita. ¿Dijo usted hace un rato que vio a un hombre? ¿Puede describirlo?
SAM FOX.- No, señor.
CAPITÁN HUDSON: ¿No lo vio o no lo puede describir?
SAM FOX.- Ni lo uno ni lo otro, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Cómo? Llama usted a la Línea de Emergencia de la Estación Central porque dice que la van a violar, que lo sabe porque su respiración se agita y consecuentemente se le hinchan los pechos, ¿pero no ha visto al hombre y mucho menos lo puede describir?
SAM FOX.- Así es, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- No la entiendo, señorita. No la entiendo, señorita. Y voy a colgar.
SAM FOX.- Espere un momento, Capitán, es que usted está equivocado, nunca dije que lo haya visto, he dicho que lo he sentido. Lo he sentido cuando me disponía a alistar mi tina de agua caliente.
CAPITÁN HUDSON.- Entonces, siente que ese hombre se encuentra en su casa.
SAM FOX.- Así es, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- Y no puede describirlo.
SAM FOX.- Así es Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- No, no entiendo señorita. Dice que hay un hombre en su casa que quiere violarla pero no puede usted describirlo, porque no lo ha visto, solo lo ha sentido. Lo siento, señorita.
SAM FOX.- ¿También lo siente usted?
CAPITÁN HUDSON.- Quiero decir; lo siento, señorita, pero algo tuvo que haber visto usted, no sé, un brazo, tal vez lo vio usted pasando ágilmente sobre la cornisa, no sé, algo.
SAM FOX.- Lamentablemente no, señor. Insisto, no he dicho que lo he visto, he dicho que lo he sentido.
CAPITÁN HUDSON.- A ver si estoy entendiendo. Me dice usted que ha sentido que un hombre ha entrado a su casa cuando estaba a punto de tomar su ducha relajante y que quiere violarla.
SAM FOX.- Así es, señor, no lo he visto, lo he sentido. Sentí su aroma. Tiene un aroma… cómo le digo… maderoso.
CAPITÁN HUDSON.- Entiendo. Tomo nota. La señorita Sam Fox ha sentido que un hombre con aroma maderoso ha entrado a su casa y quiere violarla. La señorita Fox manifiesta que sabe que va a ser violada.
SAM FOX.- No, señor, siento que estoy en peligro. Se me agita la respiración.
CAPITÁN HUDSON.- Sí, pero sabe que está en peligro porque seguido a su respiración agitada se le hinchan los pechos.
SAM FOX.- Así es, señor.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Entonces cómo sabe usted que alguien quiere violarla?
SAM FOX.- Dígame, Capitán, a qué entra un hombre alto, acuerpado, vestido de cazadora, camisa a cuadros, jean y botas texanas a la casa de una chica joven bonita y exitosa sin ser invitado.
CAPITÁN HUDSON.- ¡Entonces sí lo ha visto!
SAM FOX.- ¿A quién?
CAPITÁN HUDSON.- ¡Al hombre! Me ha dicho usted que no lo había visto, solo que lo ha sentido, que ha sentido el aroma de su loción maderosa.
SAM FOX.- Y he dicho verdad, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- Entonces, ¿Por qué sabe que es alto, acuerpado, vestido de cazadora, camisa a cuadros, jean y botas texanas?
SAM FOX.- ¿Mencioné que tiene un pecho velludo muy atractivo y fuerte?
CAPITÁN HUDSON.- No, señorita. ¿Lo tiene?
SAM FOX.- No lo sé, señor. Supongo.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Supone o lo sabe? ¿Lo ha visto o no lo ha visto?
SAM FOX.- Ya lo dije señor, no lo he visto, lo he sentido, he sentido su loción maderosa.
CAPITÁN HUDSON.- Entonces, cómo sabe que es alto, acuerpado, vestido de cazadora, camisa a cuadros, jean, botas texanas y pecho velludo muy atractivo y fuerte.
SAM FOX.- No lo sé, Capitán. Supongo... Cuando era una chica cándida, ya sabe usted, una chica común y corriente, solía pasar el bochorno de las noches encerrada en mi habitación antes de dormir, y yo, sobre mi cama abrazada a Tony...
CAPITÁN HUDSON.- Usted dijo que era virgen... (El Capitán da unos golpecitos, instintivamente, en la superficie de su escritorio al sentirse engañado por la señorita Fox.)
SAM FOX.- (Sam Fox escucha los golpecitos del escritorio al otro lado de la línea.) ¿Ha regresado el simio, Capitán?
CAPITÁN HUDSON.- (Los golpecitos continúan) …
SAM FOX.- …Los golpecitos, Capitán…
(El Capitán Hudson se siente descubierto y suspende los golpecitos sobre la superficie del escritorio.)
SAM FOX.- Tony, mi oso de peluche...
CAPITÁN HUDSON.- Ah, disculpe. Continúe, señorita Fox.
SAM FOX.- Continúo, Capitán. Yo, sobre mi cama abrazada a Tony, vestida únicamente con la lencería rosada de toda chica soñadora, devorando los cómics románticos de entonces y, entonces, los hombres que nos hacían soñar, a las chicas de entonces, eran altos, acuerpados, vestidos de cazadora, camisa a cuadros, jean, botas texanas y pecho velludo muy atractivo y fuerte y siempre imaginé que debían tener un olor maderoso. Tal vez era el aroma que el indiscreto viento traía de afuera a través de los ventanales, abiertos de par en par, que hacía que los velos me acariciaran en tímidos vaivenes…Ahora mismo, cuando me siento en peligro, ha sido porque he sentido ese olor en el pasillo que da a mi habitación.
CAPITÁN HUDSON.- Entiendo. Usted sintió un aroma maderoso en el pasillo que da a su habitación y recordó que de quinceañera solía leer los cómics románticos donde los hombres altos, acuerpados, vestidos de cazadora, camisa a cuadros, jean, botas texanas y pecho velludo muy atractivo y fuerte, podrían oler, tentadoramente, a loción maderosa.
SAM FOX.- Tan pronto como sentí ese varonil aroma y tan pronto como sentí que mi respiración se agitaba y mis pechos se hinchaban, justo cuando vi que mis carnosos pezones pugnaban con la lycra de mi sostén, supe que debía buscar refugio y por eso he llamado.
CAPITÁN HUDSON.- Y yo, su Capitán Hudson, le estoy recibiendo su urgencia en la Línea de Emergencia, pero ¿encontró refugio?
SAM FOX.- Sí, capitán, afortunadamente.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Podría darme usted su ubicación?
SAM FOX.- No es cierto que ya están en camino, ¿verdad?
CAPITÁN HUDSON.- (Consciente de haber sido descubierto en su mentira.) Estamos rastreando la llamada, señorita Fox… pero si nos dice dónde se encuentra, podría ayudarnos a llegar más rápidamente.
SAM FOX.- Claro, Capitán. Sería de gran ayuda que usted pudiera venir a rescatarme. Me encuentro en ropa interior. Ya le dije que me disponía a tomar mi baño relajante de los jueves; en otras circunstancias, no permitiría que usted me viera en ropa interior. Es fucsia, me encanta el fucsia, ¿sabe?
CAPITÁN HUDSON.- No, cómo iba yo a saberlo, señorita.
SAM FOX.- Sí, es Fucsia, por el color de mi piedra, la amatista. Según el zodíaco del periódico, mi piedra es la amatista, bueno, no tengo una amatista así que uso ropa interior del color parecido. Pero no pasa todos los días. Los domingos y lunes uso ropa interior blanca. Es porque es el inicio de la semana, debo tener mi mente, mi cuerpo y mi espíritu en armonía y el color blanco representa la armonía de las energías. ¿Cree usted en el horóscopo?
CAPITÁN HUDSON.- No exactamente. Solo sé que soy piscis y que mi elemento es aire.
SAM FOX.- Se equivoca usted, su elemento es agua.
CAPITÁN HUDSON.- Ya ve usted, señorita, no presto atención a esos temas. Mary Ann es quien me dice lo que aconseja el horóscopo y yo solo le hago caso. En una ocasión me dijo: “Mira, el horóscopo de hoy aconseja comprar el billete de la lotería”. Yo le dije que era una exageración hacer caso a lo que dice el horóscopo, además, ni siquiera decía con cuáles números debería hacerlo, ¿se da cuenta usted? Es una forma de evadir la responsabilidad, le dejan a uno la parte más difícil, ¿cómo va uno a saber cuál es el número ganador?
SAM FOX.- No lo hizo entonces.
CAPITÁN HUDSON.- No, no lo hice.
SAM FOX.- ¿Y Mary Ann se enojó?
CAPITÁN HUDSON.- No en ese momento.
SAM FOX.- ¿Entonces?
CAPITÁN HUDSON.- Se enojó cuando supo que el número ganador había sido el cuarenta y tres veintiuno.
SAM FOX.- Nadie iba a saberlo.
CAPITÁN HUDSON.- Cuarenta y tres veintiuno es la nomenclatura, mi número de identificación policial. Pudo ser causalidad. Es la paradoja de la suerte. Opté por no contrariarla en lo posible, no por no haber caído con el billete ganador, sí para que no se enoje, para que no se entristezca. Eso a Mary Ann la hace feliz. La hace feliz que yo haga caso a sus recomendaciones.
SAM FOX.- ¿Ve que no me equivoco?
CAPITÁN HUDSON.- ¿En qué señorita?
SAM FOX.- En que su novia, Mary Ann, es una mujer afortunada. Usted es piscis, es tolerante. Las personas como usted son románticos, excelentes como pareja, cariñosos y amables.
CAPITÁN HUDSON.- Vea usted cómo hoy día se puede definir a una persona según su signo zodiacal… y según como huele, jajajajaja.
SAM FOX.- Sí, Capitán, los piscis también son despistados y mire usted donde va; yo llamé hace un rato para denunciar que estoy a punto de ser violada y me está hablando usted de su signo zodiacal.
CAPITÁN HUDSON.- Lo siento, señorita Fox, fue usted quien llegó al tema, me iba a dar su ubicación y luego se disculpó porque la encontraría vestida únicamente de ropa interior fucsia, que los domingos y lunes viste ropa interior amarilla.
SAM FOX.- Blanca, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- Estaba poniendo a prueba su versión, Señorita.
SAM FOX.- Martes y miércoles tonos dorados, los días viernes y sábado rojo… y una talla más pequeña. Hoy es jueves, hoy llevo fucsia. ¿Qué color lleva usted hoy?
CAPITÁN HUDSON.- Mi uniforme es azul, señorita, ya sabe usted. Pantalón azul oscuro y camisa azul más clara que el pantalón.
SAM FOX.- Me refiero a su ropa interior. Disculpe usted, no quiero ser impertinente, es que usted me genera tranquilidad y confianza, supongo entonces que usa ropa interior blanca, ¿es así?
CAPITÁN HUDSON.- (Se asegura de que nadie lo esté viendo y tímido revisa debajo de su pantalón.) Así es señorita, bueno, realmente no uso de otro color y a decir verdad tampoco me cambio muy a menudo. ¿Cuánto puede uno enmugrar la ropa si pasa toda su jornada laboral sentado?, además con lo caro que está llegando el recibo del agua.
SAM FOX.- Además, creo que para ustedes los hombres la ropa interior no es algo que ocupe mucho su pensamiento, a no ser que se trate de la ropa interior de su chica, ¿Verdad?
CAPITÁN HUDSON.- Comprendo, señorita, disculpe, tiene usted razón, quedamos en que lleva ropa interior fucsia y que un hombre ha entrado a su casa y quiere violarla. Ahora mismo voy para allá.
SAM FOX.- Ni siquiera le he dicho dónde estoy.
CAPITÁN HUDSON.- No, señorita Fox, usted ya me dijo dónde se encuentra. Dijo usted que demora cuarenta y cinco minutos en su recorrido desde que sale del periódico donde trabaja, pasa por donde hacen las mejores galletas que son sus preferidas, luego por la lencería y antes de seguir hacia su domicilio observa los maniquíes de la boutique. Conozco la ciudad así que al decirme que ya está en su casa, en su enorme casa para una chica sola como usted, puedo suponer dónde se encuentra. También sé que ese recorrido dura de veinticinco a treinta minutos, no cuarenta y cinco. Yo lo he hecho señorita.
SAM FOX.- ¿Lo ha hecho usted en tacones, Capitán?
CAPITÁN HUDSON.- …
SAM FOX.- Sin embargo, hay muchas casas grandes en la ciudad, casas como la mía. Bueno, no como la mía, ¿sabe? Soy una apasionada de la ecología. Estoy haciendo un curso para convertirme en vegana, ya sabe, nada de consumir productos de origen animal. Son nuestros hermanos menores. Amo la naturaleza. Por ejemplo, al contrario de lo que hacen muchas personas que cubren de preciosas y finas baldosas grandes superficies de césped, yo me dedico a conservar el verde. La semana pasada, encontré que una de mis suculentas tuvo dos hijitos, son unos retoñitos maravillosos; es el milagro de la vida, es el misterio de la naturaleza que pugna por sobrevivir. Usted no me lo va a creer, pero una vez trasplanté la hoja de otra de mis consentidas, una hoja que se había caído, y al pasarla a otro espacio de mi ante jardín, creció maravillosamente. Ahora tiene retoñitos alrededor. Las plantas son mi pasión. No tengo novio… no lo necesito; no es que no lo desee, digo tener un novio, recibir detalles, una llamada especial, una cita especial, pero ya le dije que creo que para los hombres no es fácil estar con una chica como yo… Tengo a mis plantas y entre ellas soy capaz de distinguir entre plantas macho y plantas hembra. Como mis duraznos, los del árbol donde vivía la araña que casi me vuelve loca, ¿recuerda?, los duraznos son hermafroditas, ¿lo ve? La naturaleza tiene hembras, machos, hermafroditas y hasta algunos comportamientos de ellos con ellos y ellas con ellas… Ellos, las plantas macho, su belleza es más… discreta, las plantas hembra, en cambio, su energía es… vanidosa, así como nosotras, la siento, siento la energía. Adoro llegar a mi casa, adoro el olor de la tierra fresca y húmeda.
CAPITÁN HUDSON.- El olor de la tierra fresca y húmeda. ¿También lo imaginó en alguna historieta de cómics, semidesnuda sobre su cama de quinceañera?
SAM FOX.- ¿Se burla usted de mí? Disculpe, señor…
CAPITÁN HUDSON.- Hudson, Capitán Hudson, señorita, me presenté al comienzo de esta llamada, es usted todavía la señorita Fox ¿verdad?
SAM FOX.- Por ahora, sí.
CAPITÁN HUDSON.- ¿A qué se refiere? Yo soy el Capitán Hudson y lo seguiré siendo, al menos hasta que sea ascendido y eso no sucederá hasta dentro de ocho meses y veinticinco días o hasta que hayamos dado con la identidad y captura de quien voló la antena repetidora.
SAM FOX.- Ya ve usted, en cambio, yo seguiré siendo la señorita Fox, Sam Fox, al menos mientras ese hombre no me encuentre, me agarre fuertemente entre sus brazos, note mis pechos hinchados y sudorosos, me arrastre unos metros de donde estoy, retire violentamente mis bragas y …¡ah! Entonces, ya no seré más la señorita Fox.
CAPITÁN HUDSON.- En ese caso dejaría de ser virgen, no señorita. El paso de estado civil de señorita a señora sólo sucede en caso de que usted contraiga nupcias por la iglesia o ante un juez.
SAM FOX.- Se equivoca usted, Capitán, el estado civil es soltera o casada, no señorita o señora.
CAPITÁN HUDSON.- De todas maneras en uno u otro caso, se le dice señorita o señora.
SAM FOX.- ¡Ahhh!
CAPITÁN HUDSON.- ¿Sucede algo señorita?
SAM FOX.- Una gota de sudor ha caído desde mi frente hasta mi abdomen y ahora mismo resbala hacia mis panties y no puedo moverme, esta posición no me lo permite; desearía poder hacerlo pero temo hacer algún ruido. Escucho cómo ese hombre deshace la casa buscándome y yo aquí hablando con usted. ¿Demora mucho el que usted venga a rescatarme? Dijo que juró protegerme a mí también.
CAPITÁN HUDSON.- Deme su número telefónico. Una patrulla saldrá para allá en cuanto dé la orden.
SAM FOX.- (Voz baja.) ¡Claro, sí señor! Seis dos cuatro tres tres cuatro cuatro. Por favor, siento que se acerca.
CAPITÁN HUDSON.- Tomo nota, tres, dos…
SAM FOX.- (voz baja.) No señor, no he dicho tres, he dicho seis, seis dos cuatro tres tres, ¿puede hacerlo más rápido por favor? Ya está en la habitación.
CAPITÁN HUDSON.- Lo siento, señorita, es que la señal no es buena y si usted no me habla fuerte no podré entenderle, ¿sabe? El idioma español tiene esa particularidad. Auditivamente, el seis puede confundirse con el tres, las doce con el dos, así como cuando usted dice poco – foco; taza-casa.
SAM FOX.- Violarme-violentarme.
CAPITÁN HUDSON.- Exactamente. No pasa lo mismo con el inglés, usted puede decir nine, eight, seven, six, five, sin riesgo de que el oído confunda la fonética four, three two (suena un disparo), aló, aló, señorita Fox, señorita Fox ¿está usted allí? ¿Sigue usted ahí señorita Fox?
SAM FOX.- (Más asustada) Sí, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Qué fue lo que sonó, señorita?
SAM FOX.- No lo sé, no lo sé (suena otro disparo.)
CAPITÁN HUDSON.- Señorita Fox.
SAM FOX.- No alcanzo a ver mucho desde acá. (Afuera del refugio de la señorita Fox se escucha el revolcar y tirar cosas.) Estoy escondida, estoy asustada, mis pechos hinchados y mis panties húmedos, porque hay un hombre que quiere violarme.
CAPITÁN HUDSON.- (Intentando comunicar a través del radio con el Sargento.) ¡Sargento Smith, Sargento Smith! / Me decía usted, seis dos cuatro tres tres cuatro cuatro / ¡Sargento Smith!
SAM FOX.- Así es, Capitán, apresúrese por favor. Estoy muy asustada y tengo…
CAPITÁN HUDSON.- Los pechos hinchados y los panties húmedos de sudor.
SAM FOX.- No señor, iba a decir, que tengo poco tiempo.
CAPITÁN HUDSON.- Ah, perdón.
SAM FOX.- No podré permanecer mucho acá adentro sin que ese hombre me encuentre, no podré permanecer acá adentro por mucho tiempo sin hacer ruido, un ruido fatal
CAPITÁN HUDSON.- Un momento por favor, voy a tomar su dirección exacta.
SAM FOX.- Se ha ido.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Cómo dice?
SAM FOX.- No escucho nada, no escucho ruidos… es… es como si se hubiera ido…
ESCENA CUARTA
CAPITÁN HUDSON.- (Al teléfono) Gracias a Dios, señorita. ¿Es usted Sam Fox, la periodista?
SAM FOX.- Sí, Capitán, soy yo, la misma.
CAPITÁN HUDSON.- Ah, tanto gusto, señorita Fox, bienvenida. Me habían dicho que estaba usted por acá, pero no la había relacionado. ¿Cuánto tiempo planea estar usted?
SAM FOX.- En cuanto termine mi crónica, Capitán.
CAPITÁN HUDSON.- ¿Crónica?
SAM FOX.- En Bogstown es usted casi un héroe, Capitán. ¿Sabía usted?
CAPITÁN HUDSON.- ¿Yo? ¿Héroe? Le recuerdo señorita Fox que tengo novia y vamos a casarnos.
SAM FOX.- Jajajaja, Capitán, no estoy flirteando con usted. Usted no lo sabe pero LivingFar es para nosotros, los que no somos de aquí, un lugar muy apacible y eso es un logro suyo, del gobierno local y de su gente, por supuesto.
CAPITÁN HUDSON.- Muchas gracias, señorita Fox. Ofrezco disculpas por el tema de la antena repetidora.
SAM FOX.- Al parecer se ha restaurado la señal, Capitán, ¿ve usted que hace rato no me pregunta si he dicho esto o lo otro?
CAPITÁN HUDSON.- De todas maneras es algo que debe ser resuelto y lo tengo que averiguar. No puedo permitirme arriesgar a la comunidad.
SAM FOX.- Capitán, en Bogstown hubo una época en la que derribaban antenas repetidoras con alguna frecuencia; esto sucedió hasta que se descubrió que eran atentados perpetrados por las mismas empresas de ingeniería encargadas de componerlas, ¿me entiende usted? Para facturar debía haber antenas derribadas. Mencióneselo al gobierno local, Capitán, pero no diga que yo se lo he dicho.
CAPITÁN HUDSON.- De acuerdo, señorita, muchas gracias por su aporte. Cuando tenga tiempo pase por acá, tal vez pueda ayudarla en su crónica y de paso colabora con la firma de la NO legalización del consumo de sustancias psicoactivas.
SAM FOX.- Así lo haré, Capitán.
(Entra el Sargento Smith.)
CAPITÁN HUDSON.- De todas maneras deme su dirección y no se mueva de donde está. Ya ha llegado el refuerzo. Es mejor asegurarnos de que todo esté en orden. Usted hace un momento sentía que alguien estaba allí. Deme un momento, por favor. (Descansa la bocina del teléfono sobre el escritorio. En el refugio de la Señorita Fox empieza a sonar la música de una cajita musical.)
SAM FOX.- (Tomando la bocina del teléfono.) Capitán, Capitán.
(La Señorita Fox deja el teléfono a un lado y comienza a inspeccionar el lugar muy cautelosamente.)
CAPITÁN HUDSON.- ¿Se solucionó rápido?
SARGENTO SMITH.- Ah, lo mismo de siempre. Cuando una mujer tiene las nalgas más grandes que otra es afrenta suficiente para desatar una guerra.
CAPITÁN HUDSON.- ¡Qué paradoja!
SARGENTO SMITH.- Las mujeres dicen que los hombres pensamos con el pene, pero ellas piensan con las nalgas y con los pechos.
SAM FOX.- ¿Hay, hay alguien allí?
CAPITÁN HUDSON.- A propósito de pechos, ¿Dónde está el formato de emergencias?
SAM FOX.- ¡Dios mío! Le advierto que no estoy sola… ya la policía está en camino. (La cajita musical sigue sonando.)
SARGENTO SMITH.- Aquí. Solo hay uno y lo necesito para registrar a las mujeres de nalgas grandes. Las dejé esposadas y debo hacer el procedimiento de detención.
CAPITÁN HUDSON.- ¡Cómo! ¿Solo hay uno? ¿Nadie ha sacado nuevas fotocopias del tema? Me refiero al formato.
SARGENTO SMITH.- La fotocopiadora está atascada. Me llevo este.
CAPITÁN HUDSON.- No puede usted llevarse el único formato, es el formato madre.
SARGENTO SMITH.- Formato madre, ¿algo así como el matrix de los casos de emergencia?
CAPITÁN HUDSON.- Algo así, y no estoy bromeando. Hay una chica al teléfono que necesita ayuda. Debo diligenciar el formulario.
SARGENTO SMITH.- Y yo debo tomar los datos de las mujeres que ocasionaron disturbios en lugar público.
(En el refugio de la Señorita Fox ella busca algo para defenderse.)
CAPITÁN HUDSON.- Siendo así, alguno de los dos tendrá que hacerlo a mano.
SARGENTO SMITH.- Hacer un formato a mano.
CAPITÁN HUDSON.- Tal cual.
SARGENTO SMITH.- ¿Tiene una moneda, Capitán?
CAPITÁN HUDSON.- (Sacando monedas de su bolsillo.) Acá tengo una moneda de Lietuva.
SARGENTO SMITH.- ¿Lietuva? ¿Dónde queda?
CAPITÁN HUDSON.- Lietuva es una moneda. Es la moneda original de Lituania. ¿Ve usted acá? Este Caballero montado a caballo es Vytis, es uno de sus símbolos nacionales. Está en todas las monedas.
(Sam Fox regresa a su refugio donde está el teléfono. La señal se ha caído.)
SARGENTO SMITH.- Bien, vamos a ver a quién le da la suerte el Caballero Lietuviano.
CAPITÁN HUDSON.- El Caballero lituano, Lietuva es la moneda. (Tira la moneda al aire y revela el resultado de la suerte. Mientras tanto la cajita musical sigue sonando en el refugio de Sam Fox.) Me llevo yo el formato original. Con su permiso. (Toma el teléfono. El sargento toma una hoja en blanco. Sale apresurado.)
CAPITÁN HUDSON.- Aló, señorita….aló, aló (Al otro lado de la línea no contesta la señorita Fox. La señal se ha caído. El Capitán marca el número que la señorita le había dado.)
CAPITÁN HUDSON.- Seis dos cuatro tres tres cuatro cuatro
(Hay dificultad para lograr la comunicación. Después de varios intentos, al otro lado, suena estruendosamente el teléfono de la señorita Fox.)
SAM FOX.- (Grita.)
(Oscuro. Silencio. Frente a la estación de Policía, pasa un auto. Sus luces iluminan el lugar y se aleja.
FIN
Carlos Fernando Posada Tique

LÍNEA DE EMERGENCIA
PRÓXIMA PARADA

PRÓXIMA PARADA
Obra de teatro
Obra para dos actores
Escena Primera
Cabina de un bus articulado para pasajeros
Luz cenital para un hombre. El hombre está sentado en una silla del bus articulado. Contesta su teléfono celular.
HOMBRE.- Dígame perrito. No marica, venga. ¿Cómo le fue? Con la vuelta. La nena, ¿Bien? Sí, la pelada es bella, yo le dije que le convenía… ¿le pidió el teléfono?.. ¡ay! Perrito, si quiere se la entrego embarazada pa´ evitarle el trabajo… Pero, no le pidieron nada ni nada… Ah, bueno, mi perro, yo bajo esta tarde como a las cinco ahí mismo, ¿nos pillamos pa que me lo pase, o qué? Y me dice si le debo algo. Bueno, marica, hágale. Pero venga, usted fue el que me llamó y yo gastándole el minuto. Dígame…, ajá, sí papi, Stanley…, no perrito, usted sabe que yo trabajo con lo que me gusta, yo a usted no le voy a vender nada de lo que yo no esté seguro porque después me deja de comprar y el que pierde soy yo… ¿Cuántas? A usted le sostengo el precio… listo, hágale. Me avisa.
(La luz se extiende hacia el lado derecho del hombre. Ahora, el hombre viaja acompañado de un pasajero. El pasajero chatea desde su celular. El texto se proyecta en pantalla para que el público lo pueda leer. La pierna izquierda de Pasajero está en contacto con Hombre a través de rodilla. Rodilla con rodilla).
PASAJERO.- No, amigo, nada.
Es que yo no quería que me diera,
Le dije que estaba ocupado
- Activo
- Sí, y es que yo no quiero ser pasivo
-Pero no aguanta?
-Es bellísimo y
Tiene buena tranca
-Haga el sacrifice
-No, marik…
Solo nos masturbamos
Pero me vine rápido porque quería que se fuera
-KKKKKKK lo sacaste de taquito
-Sí, le dije que se bañara y se fuera
Cuando lo noté como que muy intenso con el tema
Le dije a Diego que me mandara un audio
Que pasaba en veinte minutos a llevarme plata
-Pura mierda
-Sí, claro, es que a las cinco iba a pasar el caleño
-Sí, el de la foto
-Sí, ese sí está rico
-Sí, aguanta
-¡uf! Es muy uuhhgg, es que no hay un emoticón pa eso pero es muy uhhgg
Tú me entiendes
-Y fue?
-Sí, pero de él sí me quiero dejar comer
-Y entonces?
- Pues que el marica me dice que despacio
Y yo no quiero nada, solo follar y ya
-Te leo ahora, entro a reunión
-Dale
(El texto en pantalla desaparece. Hombre está tenso por el contacto de la rodilla de Pasajero con la suya. A Pasajero no le incomoda pero no exagera el gesto para mostrar que, al contrario, no le disgusta… para nada).
HOMBRE.- Amigo, me está tocando como mucho la pierna
PASAJERO.- Ocupe su espacio, güevón.
Apagón
Escena Segunda
(Dos mujeres que deben ser interpretadas por los mismos actores de la escena primera. Mujer Ingenua tiene aproximadamente treinta y ocho años. Amiga… también. Ambas mujeres conversan mientras viajan en el mismo bus articulado de los personajes anteriores. Luz solo las enfoca a ellas).
MUJER INGENUA.- Claro, siempre, siempre. Él sabe que conmigo puede contar en cualquier momento, mana. Yo llegue allá, por la temporal y fue él quien me pidió. A mí, realmente, me cogió por sorpresa porque, usted sabe cómo soy yo, yo voy a lo que voy, usted me conoce, china, yo no me hago amiga de nadie, mucho menos de ninguna compañera, ni me pongo de confianzuda con los superiores. Yo dije, bueno, seis meses, con que tenga pal jardín de la niña, no me importa, ya después saldrá algo. Usted sabe cómo es eso.
AMIGA.- A mí no me han vuelto a llamar de ABC, ¿usted qué sabe?
MUJER INGENUA.- Yo hace rato que no sé nada. Pero sí, ¿usted qué cree que hay ahí? Yo lo interpreto como que el doctor quiere algo conmigo. Igual, yo sé que si yo quisiera, además, él me lo dijo una vez, que tuve que acompañarlo, porque, para qué, pero me tiene mucha confianza. Vea mana, yo del doctor sé hasta lo que se va a poner mañana.
AMIGA.- Tan exagerada.
MUJER INGENUA.- En serio, amiga, usted sabe que yo nunca chicaneo de nada, además, como yo siempre soy muy seria pues eso le gusta al doctor. Es que yo detesto esas muchachitas que se creen bonitas y que llegan es haciéndole ojitos a los jefes y, claro, como se los conquistan no quieren llegar a hacer es nada.
AMIGA.- ¿Usted le pararía bolas al doctor? Mueche foto.
MUJER INGENUA.- (Enseñando la foto de su celular. La mujer con rapidez) Pararle, ¡pararle bolas!.. Pues es que usted sabe cómo soy yo, y yo siempre le he dicho al doctor, yo una vez le dije, vea doctor, yo no le voy a decir que usted no me gusta, pero yo sé muy bien a dónde pertenezco yo y eso sería para problemas.
AMIGA.- ¡Está lindo! Dígale que usted tiene una amiga, jajajja
MUJER INGENUA.- No, mira, yo al doctor también lo protejo mucho y yo creo que él lo sabe. Él siempre me pregunta ¿Usted qué cree? ¿Usted qué dice? ¿Qué le parece..?
AMIGA.- ¡Ay! Pero yo soy buen partido, o qué me está diciendo, ¿que yo qué?
MUJER INGENUA.- Aich, ¿y qué va a hacer con Manuel?
Amiga.- Ay, amiga, ¿pero a usted no le gustaría dejar de montar en esto?
MUJER INGENUA.- No, qué pecado, él merece una mujer que lo quiera. Y yo le he dicho a él, yo le digo, doctor, de corazón yo espero que usted sea muy feliz con la señorita Mariana, porque usted lo merece. Usted es un gran ser humano, yo le he dicho y él me dijo que le hubiera gustado que las cosas fueran diferentes, pero que era algo que él ni siquiera podía decidir…
AMIGA.- ¿Cómo así? ¡Eso es una declaración! ¡Tan lindooooo! Ya me enamoré. ¿Y usted no le dijo nada? ¿No hizo nada?
MUJER INGENUA.- Nooo, cómo así, no, claro que no. Él sí me ha dicho. Una vez me dijo que yo sería muy buena esposa porque yo soy muy seria, muy organizada, yo no me meto con nadie, porque usted sabe, mana, lo fácil que es caer en chismes, pero yo nunca me he visto en uno.
AMIGA.- Si a mí un tipo me dice que yo sería buena esposa, es porque quiere algo conmigo. Usted sí es muy boba amiga. Yo ya le hubiera dado la pruebita.
MUJER INGENUA.- Bueno, no sé, seguramente sí, pero a mí me daría pesar hacerle daño a la señorita Marcela. Ella no sabe que el doctor me le regala de vez en cuando cositas a la niña; además, me dijo que lo que más quiere es ser papá, pero el problema es que la señorita Mariana no quiere, yo creo que por eso se ha apegado a Yuli. Es que no hay nada completo.
AMIGA.- ¡Qué envidia!
MUJER INGENUA.- En cambio yo no lo pienso así. Usted sabe cómo soy yo. Mire, yo aprendí a no tenerle envidia a nadie. Una vez hubo una noticia en la que un Capitán de Policía mató a su mujer que hasta le sacó los ojos y no sé qué cosas, ¿No lo vio en las noticias? En RCN o Caracol, alguna de esas y yo ahí mismo pensé que, quién sabe, a lo mejor cuando la muchacha se casó con él pensó que se había ganado la lotería y mire cómo terminó. Yo por eso no envidio lo de nadie porque yo no sé cómo se vaya a morir.
Apagón
VOZ OFF.- Próxima parada, calle veintiseis
ESCENA TERCERA
(Los mismos actores. Escena de acciones físicas. Un hombre con aspecto de obrero viaja en uno de los vagones del articulado. Duerme. Viste chaqueta de cremallera delantera, jean, zapatos tenis. Lleva un pequeño morral muy bien asegurado para poder dormir tranquilo. La cremallera de la chaqueta está apenas ajustada en la parte inferio)r.
(Al lado de Obrero, viaja un hombre de, aproximadamente, treinta y cinco años. Viste elegante aunque algo desgastada, su ropa. Lleva sobre sus piernas un maletín ejecutivo).
VOZ OFF.- Calle veintiséis.
Obrero continúa durmiendo. Al parecer, su agotamiento obedece a algunas cervezas que, presuntamente, pudo beber antes de tomar el transporte.
Hombre elegante observa en derredor.
VOZ OFF.- Próximas paradas, Profamilia y calle avenida treinta y nueve.
Obrero continúa durmiendo cada vez más desgonzado. Hombre elegante desplaza su maletín hacia el cuerpo de Obrero. Ahora, fija, en frente, su mirada. Se acomoda, de tal forma que se aproxima más hacia Obrero. Recuesta su cabeza sobre el maletín. Necesita medir la distancia que hay hasta el bolsillo interno de la chaqueta de Obrero que duerme. Disimula. Intenta hacer creer que viaja con Obrero y no solamente a su lado. Algo ocurre a su favor. A favor de Hombre Elegante.
La vacilante cabeza de Obrero ha caído por su propio peso sobre el hombro derecho de Hombre Elegante, quien sonríe y demuestra comprensión con “su amigo”
VOZ EN OFF.- Próximas paradas Profamilia y y Avenida treinta y nueve. Destino Portal ochenta.
El cuerpo de Obrero termina de caer, casi que abandonado, sobre Hombre Elegante. Del bolsillo externo izquierdo, de la chaqueta de Obrero, caen algunas monedas y unas llaves. Hombre Elegante las recoge; han caído sobre su silla metiéndose, casi que debajo de su pierna derecha, las mete de nuevo en el mismo bolsillo. Luego, decide asegurarlas mejor e intenta meterlas dentro del bolsillo interno de la chaqueta de Obrero quien se despierta, lo mira de frente, con mucho esfuerzo para mantener abiertos sus rojizos ojos.
HOMBRE ELEGANTE.- Mire, guarde bien. Se le cayeron.
Obrero toma sus cosas, las guarda en el desgastado morral. En un bolsillo externo. Inmediatamente, Obrero, vuelve a caer sobre su silla, absolutamente dominado por el sueño, pero ya Hombre Elegante había notado a billetera dentro de la chaqueta de Obrero.
VOZ OFF.- Profamilia
Hombre Elegante se levanta; acomoda a Obrero, le apunta la chaqueta pero muy ágilmente sustrae la billetera y abandona el bus.
Apagón
ESCENA CUARTA
(Los mismos actores. La luz enfoca a dos personajes, son un hombre y una mujer.Los dos personajes sentados en sus sillas, del bus articulado, hablan mirando al frente. Ambos personajes sostienen un par de textos argollados sobre sus piernas. Jamás miran los textos. El hombre es joven. Lleva una mochila terciada. La mujer es joven y lleva unas enormes gafas oscuras).
JOVEN GAFAS OSCURAS.- ¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?
JOVEN DE LA MOCHILA.- Muchas gracias. Bien.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.
JOVEN DE LA MOCHILA.- No, yo nunca te dí nada.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí.
JOVEN DE LA MOCHILA.- ¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Señor...
JOVEN DE LA MOCHILA.- ¿Eres hermosa?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿Qué pretendéis decir con eso?
JOVEN DE LA MOCHILA.- Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?
JOVEN DE LA MOCHILA.- …
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.-…
JOVEN DE LA MOCHILA.- …
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- … Sin duda ninguna.
JOVEN DE LA MOCHIL.- Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad presente es cosa probada... Yo te quería antes.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Ofelia.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Ofelia
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Así me lo dabais a entender.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel resquemo original... Yo no te he querido nunca.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- …
JOVEN DE LA MOCHILA.- …
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- …
JOVEN DE LA MOCHILA.- … Muy engañada estuve.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Muy engañada estuve
JOVEN DE LA MOCHILA.- Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados: no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un convento... ¿En dónde está tu padre?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿Conseguiste las medias?
JOVEN DE LA MOCHILA.- Sí, me tocó en Las Gatas
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- A la fija. En casa está, señor.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Te debo una. Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras, las haga dentro de su casa. Adiós.
VOZ OFF.- Próximas paradas Avenida treinta y nueve y calle cuarenta y cinco
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle. Hagámosle de nuevo.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Espera, déjame decirte lo que sigue que me está dando duro.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Ok, dale, yo te sigo.
La joven de gafas oscuras toma el texto argollado que reposa en sus piernas y comienza a leer sin hablar.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al convento y pronto. Adiós
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¡Bien, mi Hamlet, traidor! Si me vuelvo loca es culpa tuya.
VOZ OFF.- Calle Avenida treinta y nueve
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Hay pastas con carne molida.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Perfecto. ¿Vinito?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿A esta hora? Por supuesto. Y seguimos ensayando.
APAGÓN
ESCENA QUINTA
(Dos personajes. Son una chica, que chatea desde su celular, y un chico sentado al lado de ella. La pantalla ubicada al fondo del escenario proyecta la conversación del chat).
-¿Ya pagaste los derechos de grado?
-sí, por fin
-¿Te prestaron la plata?
-No, mk, me corté el pelo
-¿??
-jajaj, sí
-Te pregunté, si pagaste los derechos grado
-Por eso
-Qué tiene k er
-Mrkaaaa, que vendí mi pelo, necesitaba $$$$
-Nooooo, estás loca
-tpú?
-Aún no
-K harás?
-Mi tía me va a mandar la plata
La chica abre otra ventana de chat
-Hola
-Hi, mi precisa (sí, así)
-Un poquito triste
La otra ventana
-K bien
La segunda ventana
-Ya casi llego para consentirte
-¿Te demoras mucho tiempo? Much time do yu?
- Tú sabe que yo feliz quedaría siempre a tu lado
- Hace mucho frío y tu muñequita sufre mucho
(La chica a su compañero de silla)
La chica.- Mira
El chico.- ¿Qué es?
La chica.- Ay, no, esta no. Esta.
EL chico.- ¿El gringo?
La primera ventana.- ¿Cuánto te dieron?
-Trescientos mil
-Bien… no?
El chico.- Amiga, el man te está copiando pero mucho.
La chica.- Pues, amiga, si el tipo me lleva yo después me lo llevo a usted.
Segunda ventana.- Mi muñeca carnívora
-Tuya nada más
- Mía, mía, mía?
- of you, of you, of you
El chico.- Y cómo le va con el inglés, amiga
La chica.- Yo le digo a él que me enseñe y ahí me enseña algunas cosas. Y yo practico con él.
Primera ventana.- Y cuando se gradúe se va para España?
-La verdad no sé, china. Mi tía no me ha dicho nada. Tengo es ganas como de irme a los estados unidos para probar suerte.
-Pero allá está como pailas
El chico.- ¿Se imagina los dos allá? Chaz, chaz, por el este de la fama. La pasarella larga, larga.
Primera ventana.- Hágale, amiga. Ud es bien bonita
-Gracias, usted no se queda atrás, amiga
pero el problema
es que usted está encacorrada, china
y ese man no le da nadame han llegado solicitudes de unos manes por face.
-Se apuntó?
-¡Noooo! Jjjjj me Bairon me mata
Segunda ventana.- love you
-Mi 2.
-Mi muneca está chatting con alguien?
-Con mi tía, amor, de España
Me va a colaborar con lo del grado
-Por qué no me hubo dicho?
-Has dicho
-Eso, con tigo boy aprnder mucho español
-Y yo much inglish
-Ya verás, cómo está mi plantita carnívora
-Triste
EL chico.- A qué le llama plantita carnívora?
La chica.- (Señala su vagina)
El chico.- Jajajajaja, usted lo que tiene ahí es un monstruo traga los hombres
La chica.- Ja, tan atrevido. No tanto como usted, mamita.
El chico.- Mi amorsh, elástica y complaciente.
(La pantalla del fondo abre una tercera ventana. Es la primera ventana del chico)
Ventana del chico.- Hola
-Hola, papito, hermoso
Mándame una foto tuya
-Ya tienes
-Naked
-¿??
-sin ropa
-No puedo
La chica (a Chico).- ¿Dónde vamos?
El chico.- Ya casi.
Primera ventana.- Amiga, salgo para la universidad a pagar los derechos
Ventana del chico.- Estoy en el trabajo
-Solo una. Muero por ver a ti sin ropa
-Estoy celoso
-Por qué? Papito
Segunda ventana.- Triste porque la tiene abandonada
-¿Abandonada?
-Solita
-¿La plantita quiere besitos?
-Muchos besitos
La chica.- Mire. (Le muestra su celular al chico) Pero si quiere, tendrá que soltar los verdes
Ventana del chico.- Porque creo que yo no soy el único acá
-Papito, you know, no es fácil para mi. Tu sbe lo que refiero.
-Entonces, por qué te fijaste en mí.
-Mándame la foto. Las nalguitas.
-¿Carnivoras?
-Sí, mis nalguitas carnívoras.
Primera ventana.- ¿?
¿?
¿?
Segunda ventana.- Es que le estaba pidiendo a mi tía ayuda
Para pagar los derechos de la u
-How much
-Ayy, no te endiendo
Tú gringo, yo colombiana
-Perdón a mi, me confundo. Cuánto vale?
Ventana del chico.- Es que siento que no quieres nada serio conmigo
-Ya te he dicho. Te quiero como mujer
-Eso vale mucho
-Acá en America
-Más caro y no tengo visa
VOZ OFF.- Marly
LA CHICA.- Chao
EL CHICO.- Chao
La luz enfoca únicamente al chico.
VOZ OFF.- Próximas paradas, calle cincuenta y siete y calle sesenta y tres
VENTANA DEL CHICO.- Te voy a decir la verdad
-oh, me sustas
-jajaja, no es nada
-Dime, dime, papito
-No te puedo mandar la foto porque voy a verme con Angélica
Voy a prestarle la plata para la u
-Oh, yo iba a mandar para ella
- Ah, no sabía. ¿Sí ves? No me quieres a mí.
-Te quiero como mujer, tú lo sabe.
ESCENA SEXTA
NARRADOR.- El chico se quedó en la siguiente parada. Se fue con el pensamiento de que se había convertido en el pensamiento de un hombre de esos que en las películas se dicen americanos, que tendría asegurada la posibilidad de llegar a los Estados Unidos y se había proyectado, incluso, de regreso a la misma situación en otras condiciones, tal vez, él, la chica, transporte público, pero de visita en la ciudad, en abundancia, pleno libertad y de desparpajo para disfrutarlas.
El chico se quedó en la próxima parada con el pensamiento de proponerse la meta de cambiarse el sexo, de que ya era hora de asumirlo y de que trabajaría, fuertemente, por ello, además, era la única posibilidad para trazar su vida, unida eternamente, al gringo que le había prometido su amor solo cuando él fuera ella. Y sintió que valía la pena.
ESCENA SÉPTIMA
NARRADOR.- El conductor del bus articulado había decidido que disfrutaría su nuevo trabajo. Siempre disfrutaba todo lo que hacía, siempre, antes y ahora, ahora y después. No quería envejecer de tedio en medio del caótico caos de la ciudad porque, si de ventanas para afuera se huye de la convulsionada ciudad, dentro, dentro del bus articulado, hierve otra ciudad en la que se juntan los buenos con los malos; sus olores se entremezclan tanto así que los malos tienen la oportunidad de oler el miedo. Hay agresiones constantes allí dentro, de personas que lo único que se proponen es estrellar sus fracasos contra desprevenidos pasajeros atascados estallando unos y otros en conversaciones, en descubrimientos mutuos como el saber que la otra persona pensaba y sentía exactamente lo mismo y que, tal vez, pudo haber sucedido que se pusieran de acuerdo para iniciar algún proyecto por compatibilidades, pero que… ok, el caso es que el tipo iba manejando el articulado y quiso que el volante fuera un caballo sobre el que iba montado…
(Al otro costado del escenario, la luz hace aparecer al conductor del bus articulado quien pareciera montar un caballo)
CONDUCTOR.- mch, mch…
NARRADOR.- …como si se tratara de su caballo. Hacía eso cuando el semáforo cambiaba de amarilo a verde y, de repente, cantaba en un mal inglés con el que pretendía rapear. De uno en uno, algunos pasajeros lograron percibirlo y, cada uno de los dos, entendió que los dos habían entendido lo mismo y decidieron que el tipo estaba loco. El conductor leyó un letrero en el que el senador Bernabé promocionaba su candidatura pero el conductor logró hacer reír, a quienes ya tenían puestos sus ojos sobre él, lo que él disfrutaba, cuando les dijo que Bernabé era un corrupto,
CONDUCTOR.- ¿saben por qué?
NARRADR.- Les interrogó a través del retrovisor. Dos de ellos negaron con la cabeza y un tercero, que fue el segundo que se dio cuenta de la presunta locura, se atrevió a decir, en voz alta que no.
NARRADOR.- Les dijo que era porque Bernabé le pegó a muchilanga, le echó burundanga les hincha los pies.
CONDUCTOR.- (Cabalga, habla con su caballo, lo consiente cuando llega a un semáforo y hasta lo imagina como un caballito volador. Recuerda una canción discotequera, la canta y así recorre, no sabe cuántos kilómetros, como si volara y hasta saluda cortésmente a la cajera de turno de cada estación. Hace una coreografía mientras conduce el bus. Se nota cuando entra al coro porque se emociona y canta y baila más fuerte. Frena bruscamente, se conduele por un choque simple que ve afuera, sigue adelante; tranquiliza a sus pasajeros espectadores
(La luz enfoca únicamente a Conductor)
CONDUCTOR.- Que no cunda el pánico, como dice el Chapulín, siempre he sido muy cuidadoso. Si algo tengo yo es que siempre he sido muy cuidadoso porque, si le pasara algo a uno, a mí, vaya y venga, pero que por la culpa de uno se mate una persona, o quede mal herida no me parece justo. Es que, para mí, esto de manejar no es un trabajo, para mí, conducir el articulado es prestar un servicio a la comunidad y que lo hago por simple gusto y satisfacción.
(Conductor continúa divirtiéndose por su cuenta mientras conduce)
NARRADOR.- Entonces, bueno, el caso es que …en realidad, ni siquiera había sido un propósito, ni siquiera una convicción porque para él no representaba un agotamiento el ayudar a otros, simplemente era feliz, tal vez por eso no hubo nunca un mal caso de robo en el articulado, es decir,… no es que no los haya habido como el que le pasó al hombre que dormía y que el tipo del maletín le robó la billetera, porque digamos que ahí fue porque el otro dio papaya, digo que no hubo eso de que la gente siempre cree que está en la jugada y, al final, termina siendo robada, lo que resulta muy humillante porque “¡a qué horas si yo estaba pendiente!” Eso es humillante
VOZ OFF.- Calle cincuenta y siete. Portal ochenta
CONDUCTOR.- Calle cincuenta y siete. Portal ochenta. (Variando la voz) Calle cincuenta y siete. Portal ochenta. (Explorando otra voz) Calle cin/cu/en/ta/y/sie/te/Porr/tal/ochentaaaa. Mch,mch, mch, arre, arre. (cantando)
I was walking i was walking
walked walked
i was walking i was walking
walked walked
my mama allways said to me
go go go
go go go
Cause i always gonne build
Build build
Love love love
Love love love
ESCENA OCTAVA
(Solo narrador)
NARRADOR.- Los pasajeros quedaron con la sensación de que era una excelente canción pero con la duda de haberla escuchado alguna vez en la radio o en el internet. Ni siquiera Conductor lo sabía, o era consciente, él, lo que sabía era que tenía ya un repertorio de canciones, que cuando las interpretaba la gente le aplaudía mucho y que, tal vez, hubiera podido ser famoso, según le decían todos. De hecho, alguna vez alguien le propuso grabar pero lo tomó tan divertidamente que decidió contarlo como una anécdota imaginando, nunca, que fue esa la oportunidad de haber cambiado, tal vez, el volante por un micrófono, escenarios, whisky y excesos; sin embargo, Conductor, era un gordito simple que ni la necesidad de mujer había sentido en la vida y era algo que jamás le había quitado el sueño ni su auto estima.
ESCENA NOVENA
(Un Pasajero al que llamaré Pasajero Narrador. Cuando ya todos los pasajeros se han bajado. Solo quedan El Conductor y el Hombre al que le robaron la Billetera).
PASAJERO NARRADOR.- Martica y yo estábamos conectados. Desde que nos vimos hoy, no habíamos parado de conversar, de imaginar, de reír, de angustiarnos un poco porque tal vez hubiera algo que, debido a nuestro encuentro casual, hubiese quedado sin hacerse, no sé, algo especial.
De pronto, nos dimos cuenta de que, frente a nosotros, viajaba una mujer mayor, tal vez de unos sesenta y ocho años, robusta, fuerte; de cabello corto que, de no ser porque lo llevaba esponjado a punta de secador, podría pensarse que se trataba de un hombre antes de notar también que llevaba aretes rojos de la línea Contessa.
El bus hizo su parada obligatoria. Por la puerta de dos cuerpos que se abrieron al costado, comenzó un fluir de seres humanos afanados tratando de entrar y de salir; algunos de ellos con rostro desencajado por la desesperación de lograr un puesto para sentarse, como si se tratara del único puesto notable que fueran a ocupar en la vida. En medio del torrente humano una mujer, joven, de saco rojo, lleva de la mano a un anciano.
Minutos antes, en la estación de bus, el anciano hombre ya había notado la presencia de la chica del saco rojo. Se había dado cuenta de sus grandes ojos negros, de su cabello negro liso y abundante y hasta le había quedado tiempo para disfrutar del perfume floral que la chica expelía como si se lo hubiese untado al salir de casa con el fin de causar revuelo. El anciano despreció, por un momento su marchita piel y deseó que la chica lo viera como un hombre joven aún, enérgico y, sobre todo, quiso que supiera que contaba con gran sentido del humor.
La chica del saco rojo dio un paso atrás cuando se abrió la puerta de la estación. Al otro lado de la puerta, un bus compuesto por tres vagones había estacionado. Las puertas del articulado se abrieron dando inicio a un fluir de seres humanos afanados pugnando unos por salir otros por entrar; algunos de ellos con rostro cargado de ilusión al saber que habían dejado atrás el estrés de viajar como un enlatado en el gusano metálico. La chica del saco rojo, tal vez porque sintió la mirada del anciano, tal vez porque es una generosa mujer, detiene su avanzar hacia el bus y se devuelve para ayudar al viejo a entrar en el bus. Piadosa, ella, lleva de la mano al anciano hasta encontrar para él una de las sillas destinadas para personas en condición de discapacidad, adultos mayores y mujeres con niños de brazos, cuando en realidad es para mujeres con niños en brazos según lo que quiere decir la última frase.
Una silla estaba sin ocupar. Se trataba de uno de los asientos especiales ubicados al lado de la mujer robusta de cabello corto y aretes rojos de la línea Contessa. La caritativa chica se aseguró de llevar a cabo su objetivo de ubicar en la silla al desvalido viejo que se despedía de ella con mirada briosa y amplia sonrisa, gritando, en silencio, que dentro del desgastado estuche humano vivía un joven espíritu de unos veinte años y sobre todo con mucho amor para ella. La joven mujer del saco rojo se alejó y se ubicó una silla adelante, gracias a la galantería de un muchacho de veinte años reales, brioso, de provocativas proporciones en su cuerpo quien, pese a llevar cpuestos grandes audífonos blancos, notó que le bella chica había quedado de pie.
-“¿Este va hacia la ochenta?”- Preguntó el anciano a la mujer de sesenta y ocho años, cabello corto y aretes rojos Contessa, que se encontraba a su lado derecho. Ella, la mujer, miraba a través de la ventana del articulado el rápido pasar de la vida. De pronto, su realidad fue desgarrada. La pregunta del viejo la obligó a volver al presente, a la silla especial que ocupaba para darse cuenta de que a su lado, se había sentado ese nuevo pasajero.
Con fieros ojos pequeños enmarcados en pintura negra observó al hombre. Se encontró de frente con una amplia sonrisa de dientes naturales que pese a un buen cuidado durante más de siete décadas presentaban cierto tono amarillo que ella encontraba repugnante. La mujer, seria, de fieros ojos, soberbia, amontonada sobre su cuello ahorcado en una sofocante blusa blanca de gigantes flores, se tomó el tiempo antes de contestar para preguntarse cómo era posible que ese decrépito viejo, de boina gris a cuadros, bigote blanco recortado, de huesudos pómulos y con una pata en el más allá, se atreviera a pensar ¡tan siquiera un instante!, que ella sería una mujer popular con la que cualquier viejo viudo, o perro, viejo verde en todo caso, pudiera entablar una conversación con la excusa de no saber si el personaje se había subido en el bus correcto o no. ¡Qué viejo más atrevido y desagradable!, así que contra preguntó. “¿QUÉ?”
Yo que estaba de pie, tenía un favorable ángulo izquierdo en declinación hacia la mujer de sesenta y ocho años logré, tanto verla como escucharla responder a la pregunta que le había hecho el hombre mayor. “¿QUÉ?”
Había preguntado, como respuesta. La mujer que ahora de perfil dejaba ver mejor sus vidriosos ojos de telarañas rojas en los otrora glóbulos blancos; también noté su gigantesco pecho atorado entre un chaquetón acartonado de paño verde oliva. Yo no sé si el anciano vio lo que yo vi, y si escuchó lo que yo oí, pero la mujer me recordó una lora vieja de carácter fuerte y voz… voz de lora, tal cual.
El desprevenido anciano, ni siquiera se tomó el tiempo para pensar. Inmediatamente volvió a preguntar “¿Este es el que va por la ochenta?” La lora atascada en blusa blanca de flores y chaquetón verde se preguntaba cómo era posible que el viejo verde vestido de chaqueta de cuero café, recurriera a semejante simpleza de pregunta como excusa para lograr su atención. Cómo era posible que el viejo verde este, de boina, se creyera con ínfulas juveniles para pensar que estaba abriendo exitosamente la puerta para invitarla a salir, a ella, mujer recatada, religiosa, exitosa dueña de su propio negocio. Alcanzó a acalorarse más de lo que el atestado bus provocaba. “sí, señor, este es”.- Contestó seca. “Ah, gracias. Es que me subí sin darme cuenta si era el que me servía”
La lora que, al parecer ya superaba con ventaja, también, las seis décadas; de pelo corto y aretes de colección Contessa, no logró recuperar la tranquilidad. Mientras avanzaba, acomodada a sus anchas en el asiento del bus, observaba de nuevo, a través de la ventana, la ciudad que continuaba quedando desesperadamente atrás. Sin embargo, su pensamiento estaba anclado en el momento en el que el viejito le volviera a hacer otra pregunta, después otra y luego otra. Pasó su gorda, blanca y pecosa mano derecha arriba de su labio superior, entre la nariz y el labio, para secar el sudor que la presencia del asqueroso viejo le provocaba, y quien con seguridad en ese momento, la estaría desnudando con la mirada. “¡Quién usa boina en esta época!” – Pensó el regordete avechucho humano. Solamente un viejo aguardientero que malgasta sus noches entre el ruido y la permisividad de algún obscuro y pequeño local atestado de viejas conchudas, sin oficio, que en lugar de estar en casa se la pasan entre piernando con cuanto viejo de boina y bigote las invita dizque a bailar tango. Seguramente pensó.
VOZ OFF.- Calle setenta y dos.
PASAJERO NARRADOR.- De pronto, comenzó a sentirse más sofocada, olvidó la ciudad y volvió sus ojos a sus manos. Extrañamente sentía sus anillos más ajustados. Sí, sus manos se habían hinchado, su frente sudaba inapropiadamente ya y necesitaba tomar una decisión. Necesitaba enfrentar a ese viejo verde que entró de la mano de una chica de saco rojo, tal vez morboseándola y decidió que debía ser ahí mismo. Era imperioso enfrentar con la mirada al viejo, sorprenderlo en su libidinosa mirada. Qué le iba a decir, no importaba, el momento se encargaría de ello.
Entonces, con la enorme dificultad que su sobrepeso, su chaqueta de rígido paño verde y su atascado cuello en la blusa de tela blanca floreada le permitió, se giró lo más súbito que con s gordura pudo, dispuesta a encarar al cuchito dicharachero pero él, había desaparecido.
Tres estaciones atrás el hombre había llegado a su destino y tuvo que apearse del articulado bus con la frustración de no haber sido capaz de invitar, tan solo, a una noche de tango a aquella mujer que le había robado el corazón, a quien amó sinceramente un rato, en silencio, y a quien solamente recordaría como a La Mujer del Saco Rojo. La mujer se quedó allí, en la calle setenta y dos, llevándose consigo sus aretes rojos Contessa. Martica y yo nos miramos. No tuvimos que hablar para comprender que habíamos tenido exactamente la misma lectura…Bueno, para qué les voy a decir que este cuento es de Chejov ni nada de esas cosas… eh…, el cuento es mío, es una improvisación mía y se titula La Chica del Saco Rojo. Si les agradó les agradezco su apoyo, soy un artista y esto es narrativa urbana, historias cotidianas y que nos muestran como somos. Así que agradezco el aporte con el que ustedes valoren mi trabajo… ah, otra cosa, no les voy a decir por quién votar ni por quién no, no les voy a decir que voten por este o por el otro porque puede que yo esté equivocado y si me equivoco me equivoco yo pero quedo tranquilo porque no me llevé a nadie conmigo, pero voten, voten, voten bien, voten a consciencia.
(Pasajero Narrador se da cuenta de que ya no queda nadie más en el articulado, sino él, Hombre al que le robaron la Billetera y Conductor. Se ríe de sí mismo)
APAGÓN
ESCENA DÉCIMA
(Hombre al que le robaron la Billetera)
Escena de acciones
Hombre al que le robaron la Billetera soporta el peso de sus ojos para no dormirse. Sonríe. Continúa hundido en su cuello. Sonríe con complicidad. Lo entiende. Sabe que el tipo, el Pasajero Narrador, estaba como él, en la lucha.
Pantalla de fondo proyecta subtítulos diseñados para producir nostalgia: “Igual, ya solo quedaba el recuerdo. El joven se había bajado ya y cada quien siguió su propio camino”.
El Hombre al que le robaron la Billetera observa a través de los ventanales. Lleva su mano derecha al interior de la chaqueta. Se da cuenta de que no tiene su billetera. Se rebusca en otro bolsillo, en otro y en otro. Rebusca en su viejo morral. No lo puede creer y se lamenta. Se resigna. (Había dado papaya, como dicen).
Frustrado continúa observando la ciudad, está un poco más gris que de costumbre.
El Hombre al que le robaron la Billetera, quiere creer que pudo haberse quedado su billetera en algún lugar de la obra aunque sabía que las posibilidades eran pocas. Lo habían robado.
De pronto, el bus articulado comienza a zozobrar. De un momento a otro se sacude como un gusano plástico en el mar y hasta se sacudió como un simulador vaquero sobre un toro.
De repente todo se hace oscuro afuera. Una nube de polvo, gris profundo, casi negro, ha cubierto toda la atmósfera, aunque al interior del bus nunca entró rezago de humo.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- Por Dios
(Aparece El Conductor)
CONDUCTOR.- (Como azuzando un caballo) Mch,Mch,Mch (Deteniendo el bus y observando al frente) woww, wowww, wowww. La profecía. Vea pues. Sin trompetas, sin campanas, sin señales en el cielo. ¿Lo ve? Se acabó. Se acabó todo.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- (No responde)
CONDUCTOR.- Esos gringos son la verraquera. Vea, igualito, vea. Autos que caen, los vidrios estallados en una nube de polvo, ja, hasta el hidrante, vea. Los tubos rotos y la ciudad llena de huecos.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LAL BILLETERA.- (No responde. Observa estupefacto al exterior. El bus ya no avanza pero la ciudad, parece que se queda atrás.)
CONDUCTOR.- Venga a ver, yo qué dejé por hacer. Yo creo que nada, a nadie le debía, no tenía problemas con nadie, ni tuve... No, nada. ¡Jue, pucha! y uno qué dice. Porque esto ya es el fin el mundo, mano, vea.
EL HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- (Lo mira incrédulo. Tratando de entender algo en la mirada de Conductor. Sin exageraciones del gesto).
CONDUCTOR.- Bueno, ahora sí, a poner en práctica el catecismo, marica, parece que esa joda era verdad, vea. Porque, mire usted para allá. Yo no veo nada, no se escucha ni se ve nada. Es como si todos se hubieran muerto y el humo no cesa. (La memoria de El hombre al que le robaron la Billetera le trae el recuerdo de la Torres Gemelas pero aún no sale de su estupefacta impresión. Poco a poco el escenario queda a oscuras)
ESCENA DÉCIMA PRIMERA
CONDUCTOR.- Porque vea, decían que los que quedaban vivos iban a ser interrogados por el Señor y si yo estoy consciente de esto es porque estoy vivo… maariicaa., hm, y a quién se lo cuento si yo creo que ni instagram debe haber. Venga yo miro. (Toma su celular) Ah. Mire. Catorce llamadas perdidas y ciento quince mensajes de Whats App. Pero es que yo como le decía, usted me escuchó de pronto, cuando yo decía que para mí mis pasajeros eran mi responsabilidad, no solo de llevarlos bien, sino que sintieran que vivieron una experiencia porque a la gente le hace falta, a la gente necesita estímulos…bueno, le hacía falta, ya pa qué, vea, ya el tiempo se acabó. ¿Qué hora es? /Son las cinco/no marica, es la hora final. Ja, ja, ja. (Conductor se recuesta sobre la cabrilla a contemplar el desolador y negro panorama)
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- Venga, disculpe señor…
CONDUCTOR.- Noé, para servirle.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA (Que de ahora en adelante se llamará HRB).- Noé, venga. Reconozco que me tomé unos tragos, bueno, sí, pero primero el trabajo antes que nada y bueno, hoy martes me dio porque quería hacerle a unos aguardientes, usted sabe cómo es… venga, es que, estoy preocupado.
CONDUCTOR.- ¿Preocupado?
HRB.- Sí, y pues se lo digo a usted porque no quiero llegar mal a mi casa y porque sé que no hay nadie más acá en el bus, pero, es que no me he podido bajar señor.
CONDUCTOR.- Bajarse.
HRB.- Sí, pero es que es muy raro porque tengo la sensación de que algo pasó allá afuera. Como si hubiera habido un terremoto. Pero pues me parece raro porque no me di cuenta a qué horas pasó.
HRB.- (Camina observando hacia el exterior caminando entre la silletería vacía) Yo que le tenía tanto pánico a ese momento y vea, ni siquiera me di cuenta. Una fuerte sacudida pero sin pánico. Aquí, qué hace uno. Ni siquiera grité, usted sabe, uno que después de que pasan las cosas es que hace chistes después de un momento de miedo. ¿Qué se supone que sigue? ¿Qué se supone que hay que hacer?
CONDUCTOR.- Pues si es cierto eso de que viene el Juicio Final, pues yo creo que ir preparando las respuestas. Claro que dicen también que a uno dizque le tienen como una película de la vida de uno, qué susto. (Mirando hacia arriba) Ni bolas de fuego, ni saetas de día, ni de noche, ¡Marica! Yo no sabía que me había aprendido el puto salmo.
HRB.- ¿Qué sigue? Bueno, no. Yo creo que estamos exagerando. Esperemos un momento a ver si pasa el humo y salimos. Alguien debe haber allá afuera. Bomberos, por lo menos. (Pausa. Cambio de luces)
CONDUCTOR.- Pues si es como en las películas, sí. Porque puede pasar lo que sea pero siempre quedan bomberos y policías.
HRB.- Alguien vendrá
CONDUCTOR.- (No responde. Observa el exterior)
HRB.- ¿Qué hora es? (Mira su reloj) Tengo todavía una hora.
(Conductor de bus lo mira por el retrovisor. HRB entiende la mirada)
HRB.- Eso se llama Fe
CONDUCTOR.- Usted también cree.
HRB.- En qué
CONDUCTOR.- En esto.
HRB. ¿Cómo se debe vivir?
CONDUCTOR.- ¿Entre qué?
HRB.- Es que si usted lo vive como algo religioso se doblega y resigna, pero si lo vive como un mito, al menos usted tiene la oportunidad de haber luchado y salir triunfador.
CONDUCTOR.- Me sorprende
HRB.- Yo también me sorprendo. No sé ni porqué lo dije. Una cosa no tiene que ver con la otra.
CONDUCTOR.- En ese caso vamos a la acción. ¿Qué vamos a hacer?
HRB.- No lo sé, usted es operario de bus, llame la operadora… (Pausa) Perdón, lo olvidaba. Claro.
Está bien, no llame a la operadora pero en ese caso usted es representante de la empresa que bien mal servicio presta y ahora resulta que me voy a tener que ir a pie… ¡Irme a pie! ¡Irme a pie! ¿A dónde? ¿Por dónde? Ese humo parece que va a demorarse allí.
CONDUCTOR.- Es humo y polvo. Decían que el sol se iba a eclipsar tres días o no sé cuántos años algo así. Que sería una época de oscuridad y que moriríamos por eso.
HRB.- La fotosíntesis. Vea pues. Creo que es la primera vez que uso algo de lo que aprendí en el colegio para la vida. Porque a uno no le enseñan a pegar un ladrillo. Es como si quisieran hacernos creer que la vida se ganaba solo por ser buen estudiante. Tuve un compañero que se retiró en segundo para vender sonido. No se tragó el cuento. Alguien vendrá. (Lo dijo convencido) Voy a llamar a casa para decir que estoy bien. (Manipula su celular para hacer la llamada) Mierda. Ni siquiera sale la llamada. Y ni modo de saber si el daño es allá o acá. En el teléfono fijo, al menos, se sabía que si no había tono era porque el daño era de uno. Alguien vendrá.
CONDUCTOR.- Porque si quiere ensayamos las preguntas.
HRB.- ¡No jodás! ¿Servicio de recreación mientras vemos qué pasa?
CONDUCTOR.- (Para sí) Primer Strike
HRB.- (Mirando hacia afuera) Oiga, ¿y es que es en serio? ¿No va a cesar?
CONDUCTOR.- Nop.
HRB. ¡A ver! Ni usted parece la Virgen María ni yo San José como para ser los escogidos.
CONDUCTOR.- Neo, Trinity.
HRB.- Mañana tengo que madrugar.
CONDUCTOR.- (…..)
HRB.- ¡Mañana tengo que madrugar!
CONDUCTOR.- Eso se llama Fe (Conductor y HRB esperan)
HRB.- Bueno, ya está. ¡Me bajo y busco a alguien!, busco algo, hago algo, ¡pero ya!
No sé usted. Bueno… no sé usted. (HRB Se para frente a la puerta) ¡La puerta!
CONDUCTOR.- No abre
HRB.- (Da un puñetazo a la puerta. Se hiere la mano considerablemente)
CONDUCTOR.- Primera reacción del ser humano. Golpear. ¡Pum! Unas veces hacemos daño, otras veces nos lastimamos. Usted hoy se lastimó la mano.
HRB. No pueden retenerme. Tengo que irme… tengo que madrugar…. Tengo que estar en una hora…. ¡¡¡¡Tengo, tengo, tengo que!!!!! (Da una patada a la puerta. Se lastima considerablemente el pie)
CONDUCTOR.- Déjeme le ayudo.
HRB.- (Se queja realmente).
CONDUCTOR.- Quítese el zapato
(HRB Se quita el zapato izquierdo. Conductor palpa el pie de HRB)
CONDUCTOR.- Tiene fractura de falange y esquince en primer grado
HRB.- ¿Todo eso? Solo fue una patada
CONDUCTOR.- Punta pie. La patada es así, como la de un caballo,
HRB.- Lo que sea, solo fue una.
CONDUCTOR.- ¿Empezamos a practicar?
Apagón
ESCENA DÉCIMO TERCERA
(HRB duerme. Conductor observa al horizonte desde su cabrilla. HRB despierta. Ve a Conductor)
HRB a Conductor.-Ah, usted acá.
CONDUCTOR.- Nosotros acá.
HRB.- Quería saber que había sido un sueño.
CONDUCTOR. – ¿Yo soy la razón para que no sea un sueño sino una pesadilla?
HRB.- No quise decir eso.
CONDUCTOR.- A veces herimos a las personas con ligeras respuestas
HRB.- Disculpe, no lo dije en ese sentido.
CONDUCTOR.- No se preocupe, no lo decía en serio. Aprendí a reírme de mí para minimizar la afectación que me causaba cuando los demás se burlaban de mí, hasta que desapareció. Una vez, me encontré con una amiga. Yo iba muy bien vestido, me había puesto mi sombrero. Ella me dijo que estaba muy elegante, lo dijo de bien, pero yo le dije “me vestí como Rin Rin Paseador”. Soltó una carcajada y me dijo que yo era duro conmigo mismo. Yo le dije que aprendí a reírme de mí para que no me afectara cuando los demás lo hicieran conmigo. No sé, no sé de dónde lo aprendí. Tal vez mi mamá tuvo que ver, ella me decía que apretara su nariz de guama.
HRB.- Ja, ja, ja, ¡Nariz de guama!
CONDUCTOR.- Y era linda, sí, yo sé, no era una nariz estéticamente linda pero era linda, usted me entiende, como Celia Cruz.
HRB.- Bueno. ¿Qué sigue?
CONDUCTOR.- Diga no más.
HRB.- Cómo, diga no más.
CONDUCTOR.- Usted dirá
HRB.- Avance, entonces
CONDUCTOR.- NO se puede. No hay nada allá afuera
HRB.- Entonces, ¿Para qué me pregunta?
CONDUCTOR.- Diga usted
HRB.- (Piensa un instante) Hágale pues
CONDUCTOR.- Qué cosa
HRB.- Usted verá
CONDUCTOR.- Las preguntas
HRB.- Espere un momento. Estamos usted y yo. Y usted quiere saber de mí. Usted quiere entrenarme en preguntas pero no hay nadie más. ¿Es una forma de entretenerse? ¿Me está utilizando para pasar el tiempo que dure la nube de polvo en desaparecer? Si es así, yo pongo también mis condiciones. Puedo decidir qué contestar y qué no. Igual, todavía tengo media hora…, ahora es un dicho.
CONDUCTOR.-NO creo que sea válido, pero yo le voy preguntando y ahí vamos viendo. ¿Para qué?
HRB.- Cómo, para qué. Espere un momento. Yo no creo que a uno le hagan perder tantos años y tanto tiempo como pa que llegue uno al juicio final y la pregunta de Dios sea sólo ¿Para qué?
CONDUCTOR.- ¿Por qué no?
HRB.- Un momento. Ni siquiera hemos pasado la primera. Usted no me ha respondido. En este momento me declaro fuera del juego hasta que me conteste
CONDUCTOR.- No es un juego, es un entrenamiento.
HRB.- Tampoco lo tome tan en serio. Era solo una posibilidad. No puede entrenarme en algo que nadie sabe cómo es.
CONDUCTOR.- ¿Hay más posibilidades?
HRB.- ¡Tiene que haberla! No planeo quedarme acá encerrado hasta que alguien llegue.
CONDUCTOR.- Mitológico
HRB.- ¿Y si nadie viene? ¿Si nadie llega? Además, no sabemos si solo fue acá. Debe haber otras ciudades, con más gente; personas viendo nuestra desgracia a través de los noticieros
CONDUCTOR.- (Se acerca a las ventanas para tratar de escuchar afuere). No escucho nada. No hay nadie transmitiendo en vivo. Tampoco es una desgracia. Yo estoy bien, usted está bien.
HRB.- Bueno, la desgracia de una ciudad, de muchas personas.
CONDUCTOR.- Las probabilidades son las mismas
Oscuro
ESCENA DÉCIMO CUARTA
(Conductor envuelve la cabeza de HRB en una venda)
CONDUCTOR.- He visto tres especies que utilizan la cabeza para darse golpes. Los bisontes, las cabras y los seres humanos. Solo hay que ver a un hincha enfrentando a otro.
HRB. Las jirafas
CONDUCTOR.- Ellas usan es el cuello. De pronto hay más… puede que haya más.
HRB.- No pueden encerrarme. (Pausa) ¿Cómo dijo que se llamaba?
CONDUCTOR.- Me presenté al comienzo.
HRB.- Sí, lo sé. ¿Cómo dijo que se llama?
CONDUCTOR.- Porque usted ni siquiera tuvo la amabilidad de preguntarme el nombre y mucho menos de presentarse.
HRB.- Disculpe, lo siento, ¿Cómo dijo que es su puto nombre?
CONDUCTOR.- Noé
HRB.- (Estallando en risa) No puede ser. ¿Es una broma? ¿El Peor día de tu vida? ¿Dónde están las cámaras?
CONDUCTOR.- No… lo vi. ¿Qué operador de cable tenia usted?
HRB.- ¡No jodás que este es el Arca de Noé!
CONDUCTOR.- No sé a qué se refiere. Yo me llamo Noé y conduzco este bus. Bueno conducía hasta que…
HRB.- ¿Qué se supone que hagamos? ¿Esperamos si viene el pájaro con una rama de olivo? ¿NO se supone que el tema del Arca era dizque para preservar las especies? Pues se jodió la humanidad porque no veo cómo con solo usted y yo.
CONDUCTOR.- ¿Quiere golpear algo? Puede sacudirse contra el piso, pero corre el riesgo de que un disco se le corra… acá… la columna… y, la verdad, tampoco solucionaría nada. Ya lo vio. La mano, el pie. Déjeme ver…
HR.- Déjeme en paz… por qué yo, por qué yo…
CONDUCTOR.- Sí, es la primera pregunta que hace uno allá arriba, usted sabe, las mismas de acá, allá. El que es no deja de ser. Al menos, no hay nadie que no agache la cabeza mientras lo pregunta… los que no la agachan, dicen, son los que van para abajo. (Señalando el piso) Allá. Pero Dios, dicen los que lo han visto, aplica la dialéctica de Platón… el método Socrático, algo así. Preguntas, preguntas para encontrar respuestas. Pero como estamos acostumbrados a que todo lo queremos saber simplemente digitando en Google. Vea no más, los más jóvenes todo lo sabían por el doctor Google, tal vez por eso se suicidaron muchos. Porque parecía que ya todo estaba resuelto. Un interrogante, una respuesta. Pero usted pregunta, “Por qué yo”. Vamos a hacer de cuenta que yo soy Dios y usted me hace esa pregunta. Remitiéndome al método socrático yo le contra pregunto. Para qué.
HRB.- No puede contestar una pregunta con otra.
CONDUCTOR.- Sí se puede. Conteste.
HRB.- Bueno, bueno, sin subirsemele los humos porque ¡entonces!
CONDUCTOR.- ¿Para qué?
HRB.- Para qué… qué
CONDUCTOR.- ¿Ve que sí se puede contestar con otra pregunta? Ahora yo le contesto. ¿Para qué quiere vivir? Porque es evidente que usted está esperando una oportunidad para seguir viviendo. En el hipotético caso de que fuera a morir. O en el hipotético caso de que ya estuviera muerto y quisiera volver a la vida. Es esa su incertidumbre. Por eso no se halla.
HRB.- ¿Estamos muertos?
CONDUCTOR.- ¿Es la misma pregunta como cuando un dice, “estamos fritos”?
(Como puede HRB se desplaza, pensativo, por el centro del bus articulado. Trata de encontrar alguna luz, alguna señal allá afuera. Cambio de luces)
HRB.- Tengo hambre.
CONDUCTOR.- Primera fase
HRB.- Ni si quiera puedo decir cuántos días ni cuántas noches llevo sin comer. Hace mucho rato es de noche. Además, hace frío
CONDUCTOR.- Consecuencia
HRB.- Por mi hija…tengo una hija. Ya está mayorcita. Tiene veinticuatro años… tenía…Por mi esposa… no era la más guapa que uno diga… pero era bonita… para mí, ¿sabe?
CONDUCTOR.- Sin embargo, ese día iba para una cita.
HRB.- Somos hombres, usted sabe.
CONDUCTOR.- (Silencio)
HRB.- … no he terminado la casa… íbamos a echar la plancha el próximo mes
CONDUCTOR.- ¿Por qué? ¿Para qué? Trate de concentrarse.
HRB. Estoy cansado
CONDUCTOR.- Segunda fase
HRB.- Usted… usted está igual que el primer día. No hemos bebido agua, no hemos comido nada y usted tiene la misma energía para hacer su test presocrático
CONDUCTOR.- (Silencio)
HRB.- ¿Cómo lo hace? ¿Quién es?
CONDUCTOR.- Enfrentamiento de la realidad. Estado de consciencia. Algo que casi nadie logró jamás. Tercera fase
HRB.- (Tumbado sobre una silla) ¿Quién es?
CONDUCTOR.- Aún no ha respondido a la primera.
HRB.- ¿Quién carajos se cree que es?
CONDUCTOR.- Lo siento, no se me tiene permitido…
HRB. (Luchando contra su debilidad) ¿Permitido qué? Ya no hay nada. Ahora quién prohíbe o autoriza. ¿La contra inteligencia gringa? ¿Los rusos? ¿Nian Pun Yi? como se llame el chino coreano ese. ¿Para qué? No sé… ¿sabe..?.. no sé… no. (Luchando contra su debilidad, una vez más) Tengo una moneda, debe hacer algún contacto con algo para producir algo, tal vez un chispazo.
CONDUCTOR.- ¿Fuego?
HRB.- No sería mala idea… ¿qué me aconseja usted?
CONDUCTOR.- No sé señor, yo solo espero sus indicaciones.
HRB.- ¡Mis indicaciones! ¡Mis indicaciones! Si así fuera ya nos hubiera sacado de acá. Y para completar, me robaron la herramienta. Tengo monedas en el bolsillo. ¿Alguna vez comió moneditas de chocolate? (Le ofrece una a Conductor. Él muerde otra. Se fractura un diente). Mierda, lo que me faltaba.
CONDUCTOR.- Bueno, se me acaba el tiempo. Tengo que irme, pero no puedo hacerlo porque usted no se ha decidido
HRB.- ¿Irse? ¿A dónde? ¿Qué tengo que decidir?
CONDUCTOR.- Decidirse a contestar
HRB.- ¿Para qué? ¿Quién rayos es usted? En cuanto pase todo esto me las va a pagar.
CONDUCTOR.- Noé, su ángel guardián.
HRB.- Ja. Dios mío. El fin del mundo y el único ser vivo, además de yo, es un demente que se cree mi ángel. Si usted es mi ángel guardián, por qué no me ha sacado de acá.
CONDUCTOR.- Porque usted no se ha decidido a contestar.
HRB.- Si usted fuera mi ángel guardián me hubiera evitado todo esto.
CONDUCTOR.- Es que mi tarea es proteger su camino. Conducirlo. Yo soy un conductor. Yo conduzco por el camino que usted me dice y lo protejo.
HRB. ¿Y es que el resto de la humanidad no tenía eso? ¿Uno como usted? ¿Qué les pasó a todos ellos?
CONDUCTOR.- No se nos está permitido…
HRB.- Ya lo sé, ya lo sé, no se nos está permitido
CONDUCTOR.- A mí me dijeron, “Su misión es este señor así, así y asá”. ¿Este es su código?
HRB.- No es ningún código, es mi fecha de nacimiento… el código… qué no era el código de barras. Siempre dije que jamás me tatuaría uno; ni siquiera iba a dejar que me implantaran un chip. Dicen… (mira hacia afuera) decían que era el código de la bestia y esa sería una señal.
CONDUCTOR.- Toma esta barra de borrador. Haz un número. Cualquiera. (HRB recibe la barra de goma de borrar). ¿Lo ves? De una barra cualquiera sale un número cualquiera; un número es un código. El código existe desde la aparición de los números.
HRB.- ¡Dios! El fin comenzó hace mucho tiempo.
CONDUCTOR.- ¿Entonces? Tengo que irme
HRB.- ¿A dónde?
CONDUCTOR.- A terminar mi camino. Solo necesito su respuesta. Después, tal vez ya no nos veamos más. ¿Por qué quisiera vivir? En el hipotético caso de que fuera a suceder. ¿Para qué quisiera vivir? En el hipotético caso de que estuviera muerto.
HRB.- No lo sé. Estoy cansado… estoy agotado… porque quiero.
CONDUCTOR.- Defina
HRB. ¡Porque estoy cansado!.. ¡Porque estoy agotado!.. ¡Porque quiero! ¡Porque me da la gana! Por mi familia… por mi hija… por mi trabajo… porque el Real Madrid juega este viernes… por… por…por…
CONDUCTOR.- Una vez vi El Factor Equis no sé de dónde pero uno de los jurados era la esposa de Osborne. Recuerdo un capítulo en el que se les puso a prueba, una a una, a las participantes del grupo de ella. Aquellas que tenían más posibilidades vocales siempre, tal vez por su inseguridad, decían que lo hacían por su hijo, por su hija, por la mamá, por la familia, etcétera, etcétera, etcétera. Al final del capítulo, todas aquellas que tenían un lugar asegurado en el reality fueron desplazadas por las que no lo parecían tanto; pero es que ellas hicieron cosas que nadie esperaba; se arriesgaron, cantaron de cualquier forma, exploraron, pero nunca dijeron que querían ganar por nadie. Ahí entendí que es mentira que nosotros hacemos las cosas por otras personas. Las hacemos por nosotros mismos pero queremos justificarnos siempre con los demás y así siempre estamos evadiendo nuestra responsabilidad.
HRB.- ¡Porque me da la gana!
(La pantalla atrás publica la siguiente frase acompañada de la voz de la computadora que anuncia las paradas) “Porque me da la gana. No se reconoce o no es válida. Colabore, por favor”
HRB.- (Más agotado) Porque quiero...
CONDUCTOR.- Mitológico
HRB.- (Casi desfalleciendo) Porque estoy cansado…
CONDUCTOR.- Religioso
HRB.- ¡PORQUE QUIEEEROOO! ¡Porque soy capaz!
CONDUCTOR.- ¡Mitológico! Vamos a casa.
Una luz blanca aparece en el escenario. Va intensificándose, cada vez más, hasta que solo se ve un resplandor.
FIN
CARLOS FERNANDO POSADA TIQUE

“EL INSOSPECHADO TALENTO DEL HOMBRE MÁS TÍMDO DEL MUNDO”
A kilómetros de aquí hay un pueblo muy bonito, de coloridas casas y de mucha pero mucha alegría y orgullo, por haber tenido entre sus hijos al fabricante de jarros más famoso del mundo entero.
El fabricante de jarros contaba con alrededor de cincuenta años de edad. Delgado, bastante delgado, lo que alargaba aún más su figura; la piel de su rostro no mostraba asomo de su textura de algodón que algún día tuviera, - los rayos solares que caían fuertemente en su taller del patio de su casa, la habían convertido en una expresiva hoja de otoño-. Un chaleco, camisa de manga larga recogida a la mitad de los brazos, pantalón entubado de tela a cuadros, y un gorro de lana, combinaban perfectamente su diaria indumentaria.
Los zapatos sí eran los mismos todos los días. Este era un detalle que no le preocupaba demasiado. De niño aprendió que mientras más viejos los zapatos, más cómodos, y sólo cuando el agua se entrometía por algún hueco en la suela, o cuando el dedo pulgar buscaba el aire fresco asomándose por encima del zapato, se veía obligado a ir donde su amigo el zapatero para que le hiciera un nuevo par.
A propósito de su niñez podemos decir que, entonces, era igual de alargado y delgado como ahora, pero bendecido por la sabiduría de la naturaleza que cubre con gracia los defectos que se acentúan en la vejez.
Sus estudios se resumen en escasos cinco años primarios, cursados en la única escuela construida de manera rudimentaria en la punta de un lote triangular donado al pueblo por doña Emperatriz quien fue una elegante mujer con mucho dinero como libras pesaban en su cuerpo, las mismas que le permitieron ostentar el más largo celibato de la región y quien sólo cuando ya vio que era más del otro mundo que de este, y que nada podría llevarse consigo al más allá, sólo entonces, decidió hacer abonos en tierras, propiedades y dinero para los más necesitados, seguramente con la esperanza de lograr los intereses en el reino de los cielos.
El pueblo estaba bastante retirado del siguiente. Si alguno de los pequeños quería seguir el bachillerato, debía ingeniarse la forma de recorrer durante casi doscientos veinte días al año los más de diez kilómetros que los separaban de la siguiente población, donde se izaba un colegio construido con un poco más de dinero en sus instalaciones que aquella escuelita primaria, pero que tenía aprobado hasta grado noveno de bachillerato. Sin embargo, en el pueblo del Señor Jarrista eran realmente pocos los dispuestos a realizar esta travesía durante cada año, y menos aún los padres que animaban a sus hijos a tal desafío. Se puede decir que el colegio no era considerado una necesidad de primer grado, pues en el pueblo estaba el panadero, el zapatero, la modista, el salón de peluquería, la farmacia, la Alcaldía, el Centro de Salud, y una estación de policía, eso sí, construida con todas las de la ley y la fiebre de la inauguración.
Esta estación era todo un búnker, con unos vidrios rarísimos hasta cuando se supo que se llamaban “polarizados”, así pocos sabían con certeza cómo era por dentro, pero no era ningún secreto para nadie que estarían absolutamente blindados contra toda acción bélica, porque con la enorme antena vigilante desde el techo, seguro que hasta los bochinches armados en el juego de parqués de las seis de la tarde en casa de “las Paolas”, podían ser interceptados por el poderoso artefacto. Eso sí, lo único que hacía falta en la estación era policías, al menos un celador embolatado con un pedazo de bejuco al cinto, pues desde su inauguración con desfile de niñas alegres como sus diminutas faldas al viento, encabezando la Banda de Guerra traída para la ocasión, nunca se asignó ningún uniformado y lo único verde que podía verse a su alrededor, era la carretilla con aguacates de “pollo viejo”.
De todas maneras, la tranquilidad de este recóndito paraíso sólo podría estar amenazada por el ataque de patrullas de golondrinas que bombardearan la plaza central con sus excrementos.
En fin, en este lugar nada hacía falta pues también estaban quienes se dedicaban a cultivar, a comercializar los alimentos e incluso a traer las novedades de lugares lejanos y desconocidos.
El caso es, que como los demás niños él no fue la excepción y tampoco quiso asistir a la escuela secundaria. Pero había una razón muy fuerte para esto porque no era mal estudiante, ni perezoso, ni mucho menos; sufría de una timidez tal, que no le permitía hacer amigos con facilidad.
Le daba pena hablar, se reía casi que mentalmente y hasta sonrojaba con un saludo. En los juegos infantiles podía morir de vergüenza cuando perdía una partida de canicas y peor aún, cuando resultaba ganador sentía pena por la derrota de sus amiguitos.
Su maestra, quien sólo pudo enterarse del preocupante asunto por el corrillo y la burla de los compañeritos del pequeño, estudió con detalle su comportamiento; lo calificó como “un caso de timidez extrema” e intentó por todos los medios ayudarle a superar este defecto. Le pidió al párroco que hiciera al niño parte de las procesiones y del coro dominical; en el colegio ella lo involucraba en cuanto acto cultural había y hasta resultaba elegido, unánimemente, para leer la izada de bandera. Pero la mayoría de las veces, el niño quedaba convertido en un tomate rojo cuando era hora de probar en público su indiscutible talento. En ocasiones incluso, en el improvisado teatro, a punto de iniciar una presentación, como si le saliera fuego por los pies, arrancaba carrera desesperada hacia su casa o sencillamente, se convertía en un rígido huevo que no oía, ni miraba, ni respiraba, ni se movía, hasta que alguno llamaba a su madre y ésta llegaba a rescatarlo.
A la maestra le preocupaba el sencillo tratamiento a los problemas en el pueblo. Al niño inquieto se le encausaba a punta de garrote; el de lento aprendizaje crecería con el calificativo de “bobo”; así las bromas y burlas de los más listos le negaban cualquier posibilidad de integrarse activamente a la sociedad. Por eso será que cada pueblo siempre ha tenido sus destacados bobos. Por esto calló.
La profesora era una mujer menuda. Su pelo liso se enroscaba tímidamente en las puntas que sobrepasaban los hombros; blanca de piel con algunas coloraciones rojizas en las mejillas y alrededor de la nariz, provocadas por los vasitos sanguíneos que reaccionaban al frío. Irradiaba paz, una tranquilidad capaz de desarmar al diablillo del curso con dos o tres palabras de amor en los bajísimos decibeles de su voz. Esta mujer de apariencia insignificante, de endebles largas piernas que sostenían su poco agraciado cuerpo, y de mirada noble, a fuerza por una tremenda miopía, ahora sentía suya la responsabilidad de ayudar al pequeño a superar su timidez.
Cada mañana cuando veía al niño en su pupitre, corría el riesgo de enmudecer o de ubicar el Páramo de las Papas en la frontera del Amazonas Colombiano con Brasil, perdida, interrogándose acerca de cuál sería la mejor manera de ayudar al pequeño.
Un sábado después de mediodía, pasando frente a la casa del niño, logró verlo moldeando un poco de barro y junto a él su padre observando el trabajo. La madre colocaba, sobre una mesa, una jarra con algún refresco para sus artesanos. La maestra quedó allí inmóvil, ajena de sí misma un buen rato, contemplando desde la calle el bellísimo ritual y entendió, viendo la sencillez de aquellos padres, que quizás ellos ni siquiera se percatarían de la situación.
Un buen día, uno de esos que promete ser el mejor de todos, el padre del menor salió de casa hacia un pueblo cercano para entregar un pedido de jarrones… nunca más volvió. Todos lo vieron pasar pero nadie sabe hacia dónde exactamente, ni se sabe con certeza cuál habrá sido su suerte. La desaparición de su padre acabó por desleír el espíritu del niño que luchaba contra su enorme timidez.
Al verse solo con su madre, sintió el peso de la responsabilidad sobre su espalda y supo que, a sus escasos once inocentes y tímidos años, se había convertido en el hombre de casa. Recordó que a diferencia del teatro, el coro de la iglesia y demás actividades, en las que ignoraba porqué era el más apetecido, encontraba realmente apasionante el contacto de sus manos con el barro, su textura, el agua que lo ablanda y pone tierno para moldearlo. Amaba el horno, era su propio sol. Moldear jarrones era la única actividad donde sentía que el alma se le iba por entre las manos a través de sus largos dedos. Comprendió que moldeando el barro no existía el menor asomo de timidez, incluso recordó que su mismo padre, todo un maestro en la “jarronería”, como él mismo bromeaba de su oficio, alabó en más de una ocasión su trabajo.
Ese mismo día, también le asaltaron los recuerdos de su infancia temprana. Con ellos, los cuentos que su madre le leía hasta entregarlo al regazo de la noche. Historias que con mensajes maravillosos le provocaban gran cantidad de sensaciones, lo enviaban en sus sueños a lugares remotos, encantadores, cálidos, fríos, tenebrosos; en fin, unos más amables que otros, con muchísimos personajes que merecían ser cobijados por el calor del corazón, otros… apretar los ojos y tratar de olvidar.
Un sentimiento se abalanzó sobre él cuando fue consciente, por primera vez también, del valor que esos cuentos tenían para él. Eran la prolongación del cordón umbilical con su madre.
Al tratarse de una familia humilde, el producido por los jarrones -antes de la desaparición del padre-, se gastaba en el sustento diario como leche, huevos, vestido, estudio y algún paseo de vez en cuando. Así la necesidad de cubrir los gastos básicos para una vida lo más digna posible, no permitía un “exceso” como comprar cuentos; y si algún día quedaba un poco de dinero, ni modo de comprar uno. Siempre era necesario ahorrar. Sin más recurso, la madre repetía alguno que otro cuento al niño. El pequeño llegó a aprenderse un poco más de una docena con comas, puntos, pausas y hasta con el tono de mamá.
Cuando asistía a la escuela primaria y ante la escasez de cuentos para leer, su cariñosa madre decidió que cada lección sería un cuento nuevo para su único hijo; así se convirtió en un niño de memoria prodigiosa y una creatividad sin precedentes, para ser la admiración de sus compañeros quienes le pedían, de vez en cuando, una ayudita en sus exámenes.
Ese día, cuando sintió que a fuerza debía hacerse grande, fue a la cocina a buscar a su madre. La acosó, la agarró por una punta de su suéter tejido de lana verde y a punto de rasgarlo la llevó hasta el patio trasero de la casa. La sentó en su envejecido taburete de madera donde se sentaba a aprender el arte de su padre. Corrió por el largo pasillo imperfectamente cubierto por una mezcla que una vez endurecida se llamaba piso. Al final estaba su cuarto.
Empujó la puerta que permanecía ajustada con un pedazo de cartón y para no perder tiempo encendiendo el bombillo, con la poca luz colada a través de la alta ventana ubicó su pequeña biblioteca. No demoró más de cinco segundos. Emprendió de nuevo carrera de regreso hasta llegar a donde su madre con los pocos cuentos que allí habían y los viejos libros del colegio que podía abarcar en sus brazos contra su pecho. Acomodó el lugar de trabajo y le pidió que se los leyera mientras él moldeaba jarrones.
Su madre, confundida con todo lo que estaba pasando, sin saber aún si ella era culpable de la timidez de su pequeño y de la desaparición de su esposo, le inquirió delicadamente sobre lo que pensaba hacer.
Él, con una madurez inimaginable hasta para él mismo, le dijo que a partir de ahora no volvería a la escuela, que no necesitaba los juegos de canicas ni de escondidas; que gracias a su maestra ya sabía suficiente de geografía, ciencias y matemáticas, que en cambio, necesitaba sus cuentos para volar su imaginación y poner a funcionar nuevamente el horno de la casa del fabricante de jarros.
La abnegada madre, entregada a la voluntad de Dios, no le reprochó en absoluto y ambos comenzaron muy animosos su tarea.
La mujer leía cuentos y el pequeño moldeaba jarrones. A eso de las cinco de la tarde, cuando la gente retornaba a casa y el horno hubo secado los primeros modelos de figuras nuevas, extrañas, cautivantes; ella misma, sin ninguna ilusión, limpió el polvo de los pobres estantes vacíos desde la inexplicable partida de su esposo y entre los dos, con la única expectativa de vender un par de jarrones para encargar la remesa de esos días, los colocaron armónicamente a la vista del público.
Tímidamente se acercaron dos, tres, cuatro personas, vecinas que llevaban el pan para la cena, “las Paolas” y otras cuantas personalidades. Todos motivados, inicialmente, por la curiosidad de ver abierta de nuevo la casa del fabricante de jarros.
Sin novedad especial se vendió el primero. Cuando se estaba entregando el cambio de este primer jarrón, ya había que dar el cambio del segundo, y del tercero y del cuarto; ¡bueno, de ese sí pagaron justo el precio! Pronto la curiosidad se convirtió en un desbocado rumor que hablaba del nacimiento de los nuevos, de los más hermosos jarros jamás antes vistos en el pueblo. Llegada la noche cerraron la tienda prometiéndoles a algunos que al día siguiente encontrarían nuevos jarrones para la venta.
Tan pronto la bulliciosa cresta roja dio su alarido poco antes de las cinco de la mañana se levantaron madre e hijo, desayunaron espléndidamente gracias a la venta de la tarde anterior, como hace mucho no lo hacían y se dieron a sus tareas. Ella, a manera de cuento, le relataría una divertidísima anécdota que ahora recordaba de su niñez, ¡hasta se le aguaron los ojos!, confundidos entre alegría y nostalgia.
A las cuatro de la tarde, cuando abrieron de nuevo la tienda, les aguardaba otra sorpresa. Ya había fila de espera para entrar a comprar jarrones. Sí, Don Bertulfo, con su esposa Amalfi; la maestra que además le llevaba a regalar al pequeño artesano una edición ilustrada de Moby Dick, Isaurita la hija menor de doña Godovida, entre otros. Y así fue al día siguiente y al siguiente, y el día después del siguiente.
Era tal el efecto de sus jarrones que los habitantes no encontraban punto de comparación con ningún objeto extraño y novedoso de los que traían los comerciantes quienes, a partir de ahora, ya no sólo traerían objetos de afuera sino que llevarían a comercializar los jarrones del adolescente “jarrista” hacia esos desconocidos lugares.
Años más tarde, los nuevos jarrones incluso superaron en la memoria del pueblo a la de su padre, el humilde primer alfarero. Sus jarrones eran ahora conocidos por todos. Había jarrones en la plaza, en los patios, en el mercado, en la parroquia, en la alcaldía y hasta hacían parte de la decoración de los ángeles de piedra que acompañan a los muertos en el cementerio de las afueras del pueblo.
¡Y fue el comienzo de la leyenda del fabricante de jarros más famoso de la zona y del mundo entero! Su fama fue creciendo y se elevaba como el sol alcanza su punto máximo cada nuevo día.
Ya adulto, el artesano gozaba de prestigio por sus hermosos jarrones y ¡lo mejor!, había borrado de casa aquellas duras épocas desde la misteriosa partida de su padre. Este éxito también rebotó en la escuelita que comenzara alguna vez doña Emperatriz en donde él dejó a medio hacer su quinto de primaria. La dotó de mejores instalaciones, cambió los pupitres, mandó a hacer tableros nuevos, construyó una verdadera aula múltiple acondicionada para teatro con dos amplios camerinos a lado y lado. Acosó a cada alcalde de turno la aprobación de bachillerato en el pueblo, para lo que compró la casa contigua a la escuela. Convino con el gobierno local para patrocinar el estudio de los mejores estudiantes de cada grado; eso sí, con calificaciones en mano que los mismos alumnos debían llevarle a casa con el fin de conversar con cada uno de ellos, claro está, procurando no mirarlos a los ojos porque a pesar de todo, su timidez seguía siendo la misma, invariable; tanto que nunca fue capaz de confesarle su amor a ninguna chica, lo que le llevó a ser eternamente soltero y a vivir gustosamente en compañía de su madre.
La historia cuenta que el Señor Jarrista era completamente feliz.
Pero ahora, cuando pisaba los cincuenta años de edad, cuando había sido autor de la alegría y orgullo de muchos, con cientos de jarrones vendidos; ahora que su madre había sido testigo de casi setenta años de historia, cierto aire denso embargaba a la población. Había aparecido el murmullo, pero no el de “las Paolas”, o el de las ayudantas del párroco cuando al final de misa rajan de cómo iba vestida tal o cual, o de la irrisoria limosna de la doña fulana. ¡No!, el murmullo que comenzó como un ligero viento de las tres de la tarde traía consigo un tono lastimero y de ansiedad.
Desde que de niño abandonó la escuela, la maestra siguió muy atenta su caso. No hubo año que no le enviara por lo menos un cuento nuevo a casa. Ahora, condenada a vivir sentada en una silla, encontraba muy apropiado contarles historias a sus nietos una vez hechas las tareas. Una de ellas nació una tarde cuando le pidió a su hija mayor que la llevara a visitar la casa cural.
Su hija no tenía nada que ver con el físico de su madre a su edad. Con dos pequeños hijos era aún una mujer gruesa de pechos bondadosos y alta figura estilizada. En la calle su caminar era un llamado para que quien estuviera por allí suspendiera su rumbo y sus pensamientos, para contemplar a la exótica mujer de cabellos muy negros, con el color de enormes aceitunas en sus ojos de largas y abundantes pestañas alrededor. Sus labios carnosos de rosa y sus mejillas, secretamente retocadas con zumo de remolacha, hacían de ella el icono de la mujer deseada.
Esa tarde, la maestra que había entregado a su sociedad y al mundo exterior cientos de nuevos ciudadanos con matemáticas básicas, sabiendo que la capital del Líbano es Beirut, que Colombia está privilegiada con dos mares y que las plantas realizan el proceso de fotosíntesis, paseando por la plaza en compañía de su hija vio que a las cuatro de la tarde, de ese día, no estaba el adorable cuadro de la anciana madre sentada haciendo la lectura acostumbrada al ahora Señor Jarrista; -llamado así por los más pequeños del pueblo pues resultaba más cariñoso que decirle “El Señor Alfarero” o “El Señor de los Jarrones”-. “Seguramente será mañana”, pensó. Inventó una visita al cementerio para el día siguiente y, sin embargo, tampoco hubo lectura ni durante toda la semana. Entonces supo que algo no andaba bien.
Afanó a su hija para el regreso a casa. Una vez dentro, se instaló en su sofá de paño a cuadros y cubrió sus piernas con una ruana de lana café muy oscura. La hija, antes de retirarse a preparar el infaltable chocolate de esa hora, sentó a Manolo en las piernas de la abuela y Josías se ubicó junto al sillón. Una vez a solas con los pequeños comenzó a relatarles un nuevo cuento:
“…siempre intuyó que su hijo no sería como los demás niños, por eso entregaba su alma en cada cuento; le daba color a su voz para erizar su piel, hinchar su alma, para ayudarle a encauzar sus emociones internas que la timidez le impedía aflorar, y que él solamente lograba derrotar con la voz de los cuentos, el barro, el agua y el viejo horno. Aún hoy lo hace apoyada en sus gruesos lentes atados a una fina cadena que adorna su cuello; con la voz más cansada pero con la energía de su juventud acompaña a su hijo, entrecano, en el oficio de hacer jarrones. Así lo fue durante mucho tiempo y así lo seguirá haciendo hasta…”, la anciana maestra hizo una pausa, suspiró profundo y apuntó su mirada hacia el exterior de su casa a través de la ventana, “…el señor Jarrista sabe que será hasta cuando el Señor decida que es hora de llamar a su presencia a la abnegada madre.”
Josías le contó aquella historia a su madre quien inmediatamente dedujo lo que estaba sucediendo. ¡La madre del Señor Jarrista estaba enferma!
¡Claro!, a su edad la muerte es perfectamente natural, pero es que su muerte no sería como la de la mayor de “las Paolas”, que no se sabe si murió de vieja o de gorda pero, eso sí, antes del último suspiro no se quedó con nada guardado en su lengua y destapó un poco de ollas, cuernos y secretos que separaron, unieron y hasta desterraron a más de uno.
Ni siquiera su muerte sería como la del párroco que bautizó a medio pueblo y acompañó a esta humilde población por cerca de cuarenta años. ¡No!, se trataba de la muerte de la inspiración, de la voz del perfecto arte de hacer los mejores jarrones de toda la región.
Se había revelado el secreto del éxito de los jarrones del “señor Jarrista”.
La hija de la maestra comentó el tema en la tienda de doña Godovida, doña Godovida se lo comentó a doña Besaida quien, a su vez, lo comentó a su marido y éste a los demás comerciantes.
La noticia se convirtió en un secreto a voces, o quizás lo que comenzó como un secreto se convirtió en noticia a baja voz; el caso es que por esos días el artesano, sin explicación alguna, vio cómo la demanda de jarrones se disparó.
De todas maneras, debido a la enfermedad de la anciana el producido había disminuido notoriamente y esto encareció la mercancía. Sin embargo, la gente estaba dispuesta a pagar lo que fuera por obtener el que quizás sería su último jarrón.
Y es que todos ahora saben, que en la casa del artesano se fabricarán jarrones hasta el día en que se apague la voz inspiradora, la voz que le ha dado vida a cientos de cuentos, la voz que amasa el barro, la voz que es el pan de cada día en la casa del artesano. Una vez se extinga, a partir de ese momento, cesará la rueda, el horno se convertirá en un glacial y cada jarrón será una obra invaluable que todos quieren tener desde ya.
Una mañana, como de costumbre, el artesano se levantó temprano y pasó al cuarto de su madre. Ella estaba allí recostada y cobijada en su amplia cama. Le regaló una mirada tranquila, le pidió que se quedara junto a ella como cuando él era un niño porque ese día tenía un nuevo cuento para contarle. Su voz, era un pobre eco de su existencia.
Él se quedó allí. Un vacío enorme le atacó en el estómago, un frío recorrió su cuerpo y se alojó en sus manos, una sensación le obligó a permanecer callado. Se encogió a su lado para sentirse arrullado y recibir su calor.
La hermosa viejecita comenzó a contarle un cuento que no tituló, y que no correspondía a la docena de los que ya él se sabía. Un cuento nuevo que comenzó recorriendo los años infantiles de la anciana, sus sueños, sus vivencias, la llegada de ese hijo; le habló del amor, de su timidez, de sus cuentos y de sus jarrones. Del preciso momento de ellos dos allí, madre e hijo, como madre e hijo recién venido al mundo. Comenzó a describir una extensa alameda de trayectos grises, oscuros como si el cielo anunciara una tormenta y, luego, se veía atravesando un amplio jardín con más colores que el arco iris, con un firmamento lleno de estrellas a veces, lleno de aves y de sol en otras. Alcanzó a decirle que estaba maravillada por un gran recibimiento, una alegre algarabía, un coro, incienso, miles de libros de cuentos nuevos para leerle a su hijo y jarrones, muchos jarrones…
Los ojos de su madre nunca más se volvieron a abrir. “El Señor Jarrista”, comprendió que había llegado también el momento de retirarse de su oficio y del resto del mundo, al que nunca pudo abrirse por su timidez.
Durante todo el día hubo movimiento en el pueblo. La gente pasaba de casa en casa, las puertas se abrían y se cerraban, las ventanas parecían cuadros de personajes pintados estupefactos, desconcertados detrás de los reflejos del sol en los cristales, incluso hasta cuando la cara blanca del astro nocturno comenzó a colarse en los lienzos vivientes. Durante todo el día no se abrió la tienda del Señor Jarrista.
Al día siguiente, el párroco encabezaba una enorme procesión desde la casa del artesano hasta la iglesia. Por primera vez en la historia del lugar, un extenso camino de flores, tal vez imitando al que la mujer describió en su despedida, un coro de hombres, mujeres y niños; incienso ardiendo en jarrones de ya sabemos quién. Nada era suficiente para rendir tributo al alma de la creación del “Señor Jarrista”. A la salida de misa la procesión había crecido por gente de otros pueblos que querían acompañar al fabricante de jarros. Ya el cementerio era un campo de concentración donde desafinaba una orquesta de chillidos, mocoseadas, condolencias y “¿por qués?”.
Una vez arrojada la última palada de tierra sobre la tumba, el artesano giró su cuerpo y puso en alto su frente, por primera vez ante la multitud. Con un desconocido vozarrón, dijo sencillamente: “Gracias, mi madre y yo los queremos también”; y tan pronto sintió que, como veloces hormigas, el calor ruborizante subía a sus mejillas, se escondió en sí mismo llevando su barbilla al pecho, cerró sus ojos y, con una aterradora tranquilidad, cayó de rodillas junto a la fosa. La gente entendió que era hora de dejarle solo.
La casa del Señor Jarrista comenzó a ser más visitada que la misma iglesia, hasta que se vendió el último jarrón. No quedaba nada más; sin embargo, todos querían tener algo de este viejo artesano que alegró la vida de propios y extraños.
La gente pagaba por sus cinceles, sus reservas de barro, su rueda, el horno, los jarros rotos y los que quedaron a medio hacer. También la vitrina y los trapos sucios deshilachados, con los que limpiaba sus manos, se convirtieron en codiciadas piezas de colección. Sólo, a pesar de las jugosas ofertas, salvó sus cuentos.
Entregó la colección al Alcalde a quien delegó la misión de llevarlos al viejo búnker donde ya comenzaba el prospecto de verdadera estación de Policía, pues desde hace algunos años vienen mandando un par de uniformados que son cambiados cada seis meses, lo que explica las rarísimas pero bellas fisonomías de las últimas generaciones del pueblo, entre quienes está la hija mayor de la profesora. Porque la desaliñada maestra, por quien nadie apostaba nada, logró enamorar a uno de los verdes, pero no de los de la carreta de “pollo viejo”, ¡no!, a uno de verdad, de carne y hueso, y “¡qué carne!” decían muchas. Sólo que a diferencia de otras, que veían con preocupación cómo su barriga crecía y el responsable se excusaba en el trasladado, este sí se quedó a vivir en el pueblo para llevar al altar a la menuda maestra.
El caso es que con la entrega de los cuentos al Alcalde, ese día, en el búnker nació la biblioteca y su administración fue encargada al policía más antiguo del pueblo, el Mayor Cisneros, en uso de buen retiro y felizmente casado.
Una mañana, la gente notó que alrededor de la casa del Señor Jarrista, se levantaba un pequeño muro de barro. A la siguiente, el muro había crecido unos cuantos centímetros más. Cada mañana la misteriosa pared ganaba más barro, lucía más alta. Igualmente al artesano, las raras veces que salía de casa, se le veía más cansado. Entonces, en la casa del juego de parqués se delegaban turnos trasnochados para ver lo que sucedía; así descubrieron que mientras el pueblo se sumía en el frío y la pasividad de la noche, “el Señor Jarrista” moldeaba con barro la misteriosa pared cada noche y, cada noche.
Una mañana la casa dejó de existir. En su lugar se erigía un enorme jarrón con la boca abriendo hacia el cielo.
¡Se había encerrado! El hombre tímido, el artífice de los jarrones más famosos de la zona había decidido encerrarse en un gran jarrón y esperar allí a reencontrarse con su madre.
La gente del pueblo no salía de su asombro. Los sentimientos se confundían con pesar, cariño, preocupación e impotencia, entre otros. Angustiaba lo que pudiera ser de su “Jarrista”, tanto que la situación inquietó hasta a las autoridades. Iglesia y gobierno local unieron sus esfuerzos y bajo la dirección del carpintero del pueblo se traía madera, se cortaba, se limaba; se compraban puntillas, se clavaba, se machucaban dedos, se pegaba, se discutía, se sudaba. La hija mayor de la maestra, junto con otras damas, repartía refrigerios. Así se construyeron cuatro enormes escaleras de madera reforzadas con hierro que se situaron desde cuatro diferentes puntos, como una rosa de los vientos, hasta la gran boca del jarrón que quizás alcanzaba los quince metros de altura; hay quienes dicen que el jarro alcanzaba los cuarenta metros.
Cada día, algunas personas desafiaban la altura trepando las enormes escaleras para hacer llegar en baldes, comida, agua, y hasta detallitos de cariño para el “Señor Jarrista”. Le enviaban medicinas. Cada domingo, sagradamente, el cura le hacía llegar su comunión, los niños le enviaban orgullosos sus calificaciones y compartían con él algunos dulces y flores que arrancaban en el camino. Hasta a la única sobreviviente de “las Paolas” se le veía tambalear sus pesadas carnes haciendo equilibrio para llegar hasta la gran boca del jarrón, llevando muy bien atado a su cuerpo un paquetico que, seguramente, contenía “las últimas noticias”. En fin, todos querían hacerle saber lo importante que era para ellos y cuánto le querían. Esto se hizo así durante los primeros meses de encierro, durante los primeros años y así desde hace doscientos años.
La tradición popular ha enseñado a los hijos, a los hijos de los hijos, y los nietos de los nietos, que diariamente se debe llevar un detallito al “Señor Jarrista”. Algunos especulan que si un día se interrumpe esta ceremonia, alguna desgracia podría caer sobre el pueblo. Además, atraídos por su fama, llegan visitantes de todas partes del mundo para subir las enormes escaleras, -conservadas por la sociedad de mejoras públicas del pueblo-, y tomarse una foto allí en lo más alto, sosteniendo orgullosos los envejecidos baldes de madera que se usan desde el primer día, con algún detalle para que el fabricante de jarros sepa que vinieron a visitarlo desde África, Europa, Asia, Oceanía y América. Por eso, se dice que allí en el fondo debe haber tarros de comidas enlatadas, lápices, libros, y banderas de países tan recónditos como el Congo y Zaire, pasando por Argentina, Inglaterra, Colombia, España y de potencias como China. Se dice también, que allí dentro se encuentra la más grande colección de cuentos en todos los idiomas.
Dicen que este pueblo está situado a kilómetros de aquí, el caso es que es un pueblo muy bonito de coloridas casas y de mucha pero mucha alegría y orgullo, por haber tenido entre sus hijos al fabricante de jarros más famoso del mundo entero.
EL INSOSPECHADO TALENTO DEL HOMBRE MÁS TÍMIDO DEL MUNDO (CUENTO)
BRAU, LA TÍA TORTUGA (PRONTO)


PRÓXIMA PARADA
PRÓXIMA PARADA
Obra de teatro
Obra para dos actores
Escena Primera
Cabina de un bus articulado para pasajeros
Luz cenital para un hombre. El hombre está sentado en una silla del bus articulado. Contesta su teléfono celular.
HOMBRE.- Dígame perrito. No marica, venga. ¿Cómo le fue? Con la vuelta. La nena, ¿Bien? Sí, la pelada es bella, yo le dije que le convenía… ¿le pidió el teléfono?.. ¡ay! Perrito, si quiere se la entrego embarazada pa´ evitarle el trabajo… Pero, no le pidieron nada ni nada… Ah, bueno, mi perro, yo bajo esta tarde como a las cinco ahí mismo, ¿nos pillamos pa que me lo pase, o qué? Y me dice si le debo algo. Bueno, marica, hágale. Pero venga, usted fue el que me llamó y yo gastándole el minuto. Dígame…, ajá, sí papi, Stanley…, no perrito, usted sabe que yo trabajo con lo que me gusta, yo a usted no le voy a vender nada de lo que yo no esté seguro porque después me deja de comprar y el que pierde soy yo… ¿Cuántas? A usted le sostengo el precio… listo, hágale. Me avisa.
(La luz se extiende hacia el lado derecho del hombre. Ahora, el hombre viaja acompañado de un pasajero. El pasajero chatea desde su celular. El texto se proyecta en pantalla para que el público lo pueda leer. La pierna izquierda de Pasajero está en contacto con Hombre a través de rodilla. Rodilla con rodilla).
PASAJERO.- No, amigo, nada.
Es que yo no quería que me diera,
Le dije que estaba ocupado
- Activo
- Sí, y es que yo no quiero ser pasivo
-Pero no aguanta?
-Es bellísimo y
Tiene buena tranca
-Haga el sacrifice
-No, marik…
Solo nos masturbamos
Pero me vine rápido porque quería que se fuera
-KKKKKKK lo sacaste de taquito
-Sí, le dije que se bañara y se fuera
Cuando lo noté como que muy intenso con el tema
Le dije a Diego que me mandara un audio
Que pasaba en veinte minutos a llevarme plata
-Pura mierda
-Sí, claro, es que a las cinco iba a pasar el caleño
-Sí, el de la foto
-Sí, ese sí está rico
-Sí, aguanta
-¡uf! Es muy uuhhgg, es que no hay un emoticón pa eso pero es muy uhhgg
Tú me entiendes
-Y fue?
-Sí, pero de él sí me quiero dejar comer
-Y entonces?
- Pues que el marica me dice que despacio
Y yo no quiero nada, solo follar y ya
-Te leo ahora, entro a reunión
-Dale
(El texto en pantalla desaparece. Hombre está tenso por el contacto de la rodilla de Pasajero con la suya. A Pasajero no le incomoda pero no exagera el gesto para mostrar que, al contrario, no le disgusta… para nada).
HOMBRE.- Amigo, me está tocando como mucho la pierna
PASAJERO.- Ocupe su espacio, güevón.
Apagón
Escena Segunda
(Dos mujeres que deben ser interpretadas por los mismos actores de la escena primera. Mujer Ingenua tiene aproximadamente treinta y ocho años. Amiga… también. Ambas mujeres conversan mientras viajan en el mismo bus articulado de los personajes anteriores. Luz solo las enfoca a ellas).
MUJER INGENUA.- Claro, siempre, siempre. Él sabe que conmigo puede contar en cualquier momento, mana. Yo llegue allá, por la temporal y fue él quien me pidió. A mí, realmente, me cogió por sorpresa porque, usted sabe cómo soy yo, yo voy a lo que voy, usted me conoce, china, yo no me hago amiga de nadie, mucho menos de ninguna compañera, ni me pongo de confianzuda con los superiores. Yo dije, bueno, seis meses, con que tenga pal jardín de la niña, no me importa, ya después saldrá algo. Usted sabe cómo es eso.
AMIGA.- A mí no me han vuelto a llamar de ABC, ¿usted qué sabe?
MUJER INGENUA.- Yo hace rato que no sé nada. Pero sí, ¿usted qué cree que hay ahí? Yo lo interpreto como que el doctor quiere algo conmigo. Igual, yo sé que si yo quisiera, además, él me lo dijo una vez, que tuve que acompañarlo, porque, para qué, pero me tiene mucha confianza. Vea mana, yo del doctor sé hasta lo que se va a poner mañana.
AMIGA.- Tan exagerada.
MUJER INGENUA.- En serio, amiga, usted sabe que yo nunca chicaneo de nada, además, como yo siempre soy muy seria pues eso le gusta al doctor. Es que yo detesto esas muchachitas que se creen bonitas y que llegan es haciéndole ojitos a los jefes y, claro, como se los conquistan no quieren llegar a hacer es nada.
AMIGA.- ¿Usted le pararía bolas al doctor? Mueche foto.
MUJER INGENUA.- (Enseñando la foto de su celular. La mujer con rapidez) Pararle, ¡pararle bolas!.. Pues es que usted sabe cómo soy yo, y yo siempre le he dicho al doctor, yo una vez le dije, vea doctor, yo no le voy a decir que usted no me gusta, pero yo sé muy bien a dónde pertenezco yo y eso sería para problemas.
AMIGA.- ¡Está lindo! Dígale que usted tiene una amiga, jajajja
MUJER INGENUA.- No, mira, yo al doctor también lo protejo mucho y yo creo que él lo sabe. Él siempre me pregunta ¿Usted qué cree? ¿Usted qué dice? ¿Qué le parece..?
AMIGA.- ¡Ay! Pero yo soy buen partido, o qué me está diciendo, ¿que yo qué?
MUJER INGENUA.- Aich, ¿y qué va a hacer con Manuel?
Amiga.- Ay, amiga, ¿pero a usted no le gustaría dejar de montar en esto?
MUJER INGENUA.- No, qué pecado, él merece una mujer que lo quiera. Y yo le he dicho a él, yo le digo, doctor, de corazón yo espero que usted sea muy feliz con la señorita Mariana, porque usted lo merece. Usted es un gran ser humano, yo le he dicho y él me dijo que le hubiera gustado que las cosas fueran diferentes, pero que era algo que él ni siquiera podía decidir…
AMIGA.- ¿Cómo así? ¡Eso es una declaración! ¡Tan lindooooo! Ya me enamoré. ¿Y usted no le dijo nada? ¿No hizo nada?
MUJER INGENUA.- Nooo, cómo así, no, claro que no. Él sí me ha dicho. Una vez me dijo que yo sería muy buena esposa porque yo soy muy seria, muy organizada, yo no me meto con nadie, porque usted sabe, mana, lo fácil que es caer en chismes, pero yo nunca me he visto en uno.
AMIGA.- Si a mí un tipo me dice que yo sería buena esposa, es porque quiere algo conmigo. Usted sí es muy boba amiga. Yo ya le hubiera dado la pruebita.
MUJER INGENUA.- Bueno, no sé, seguramente sí, pero a mí me daría pesar hacerle daño a la señorita Marcela. Ella no sabe que el doctor me le regala de vez en cuando cositas a la niña; además, me dijo que lo que más quiere es ser papá, pero el problema es que la señorita Mariana no quiere, yo creo que por eso se ha apegado a Yuli. Es que no hay nada completo.
AMIGA.- ¡Qué envidia!
MUJER INGENUA.- En cambio yo no lo pienso así. Usted sabe cómo soy yo. Mire, yo aprendí a no tenerle envidia a nadie. Una vez hubo una noticia en la que un Capitán de Policía mató a su mujer que hasta le sacó los ojos y no sé qué cosas, ¿No lo vio en las noticias? En RCN o Caracol, alguna de esas y yo ahí mismo pensé que, quién sabe, a lo mejor cuando la muchacha se casó con él pensó que se había ganado la lotería y mire cómo terminó. Yo por eso no envidio lo de nadie porque yo no sé cómo se vaya a morir.
Apagón
VOZ OFF.- Próxima parada, calle veintiseis
ESCENA TERCERA
(Los mismos actores. Escena de acciones físicas. Un hombre con aspecto de obrero viaja en uno de los vagones del articulado. Duerme. Viste chaqueta de cremallera delantera, jean, zapatos tenis. Lleva un pequeño morral muy bien asegurado para poder dormir tranquilo. La cremallera de la chaqueta está apenas ajustada en la parte inferio)r.
(Al lado de Obrero, viaja un hombre de, aproximadamente, treinta y cinco años. Viste elegante aunque algo desgastada, su ropa. Lleva sobre sus piernas un maletín ejecutivo).
VOZ OFF.- Calle veintiséis.
Obrero continúa durmiendo. Al parecer, su agotamiento obedece a algunas cervezas que, presuntamente, pudo beber antes de tomar el transporte.
Hombre elegante observa en derredor.
VOZ OFF.- Próximas paradas, Profamilia y calle avenida treinta y nueve.
Obrero continúa durmiendo cada vez más desgonzado. Hombre elegante desplaza su maletín hacia el cuerpo de Obrero. Ahora, fija, en frente, su mirada. Se acomoda, de tal forma que se aproxima más hacia Obrero. Recuesta su cabeza sobre el maletín. Necesita medir la distancia que hay hasta el bolsillo interno de la chaqueta de Obrero que duerme. Disimula. Intenta hacer creer que viaja con Obrero y no solamente a su lado. Algo ocurre a su favor. A favor de Hombre Elegante.
La vacilante cabeza de Obrero ha caído por su propio peso sobre el hombro derecho de Hombre Elegante, quien sonríe y demuestra comprensión con “su amigo”
VOZ EN OFF.- Próximas paradas Profamilia y y Avenida treinta y nueve. Destino Portal ochenta.
El cuerpo de Obrero termina de caer, casi que abandonado, sobre Hombre Elegante. Del bolsillo externo izquierdo, de la chaqueta de Obrero, caen algunas monedas y unas llaves. Hombre Elegante las recoge; han caído sobre su silla metiéndose, casi que debajo de su pierna derecha, las mete de nuevo en el mismo bolsillo. Luego, decide asegurarlas mejor e intenta meterlas dentro del bolsillo interno de la chaqueta de Obrero quien se despierta, lo mira de frente, con mucho esfuerzo para mantener abiertos sus rojizos ojos.
HOMBRE ELEGANTE.- Mire, guarde bien. Se le cayeron.
Obrero toma sus cosas, las guarda en el desgastado morral. En un bolsillo externo. Inmediatamente, Obrero, vuelve a caer sobre su silla, absolutamente dominado por el sueño, pero ya Hombre Elegante había notado a billetera dentro de la chaqueta de Obrero.
VOZ OFF.- Profamilia
Hombre Elegante se levanta; acomoda a Obrero, le apunta la chaqueta pero muy ágilmente sustrae la billetera y abandona el bus.
Apagón
ESCENA CUARTA
(Los mismos actores. La luz enfoca a dos personajes, son un hombre y una mujer.Los dos personajes sentados en sus sillas, del bus articulado, hablan mirando al frente. Ambos personajes sostienen un par de textos argollados sobre sus piernas. Jamás miran los textos. El hombre es joven. Lleva una mochila terciada. La mujer es joven y lleva unas enormes gafas oscuras).
JOVEN GAFAS OSCURAS.- ¿Cómo os habéis sentido, señor, en todos estos días?
JOVEN DE LA MOCHILA.- Muchas gracias. Bien.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Conservo en mi poder algunas expresiones vuestras, que deseo restituiros mucho tiempo ha, y os pido que ahora las toméis.
JOVEN DE LA MOCHILA.- No, yo nunca te dí nada.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Bien sabéis, señor, que os digo verdad. Y con ellas me disteis palabras, de tan suave aliento compuestas que aumentaron con extremo su valor pero ya disipado aquel perfume, recibidlas, que un alma generosa considera como viles los más opulentos dones, si llega a entibiarse el afecto de quien los dio. Vedlos aquí.
JOVEN DE LA MOCHILA.- ¡Oh! ¡Oh! ¿Eres honesta?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Señor...
JOVEN DE LA MOCHILA.- ¿Eres hermosa?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿Qué pretendéis decir con eso?
JOVEN DE LA MOCHILA.- Que si eres honesta y hermosa, no debes consentir que tu honestidad trate con tu belleza.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿Puede, acaso, tener la hermosura mejor compañera que la honestidad?
JOVEN DE LA MOCHILA.- …
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.-…
JOVEN DE LA MOCHILA.- …
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- … Sin duda ninguna.
JOVEN DE LA MOCHIL.- Sin duda ninguna. El poder de la hermosura convertirá a la honestidad en una alcahueta, antes que la honestidad logre dar a la hermosura su semejanza. En otro tiempo se tenía esto por una paradoja; pero en la edad presente es cosa probada... Yo te quería antes.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Ofelia.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Ofelia
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Así me lo dabais a entender.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Y tú no debieras haberme creído, porque nunca puede la virtud ingerirse tan perfectamente en nuestro endurecido tronco, que nos quite aquel resquemo original... Yo no te he querido nunca.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- …
JOVEN DE LA MOCHILA.- …
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- …
JOVEN DE LA MOCHILA.- … Muy engañada estuve.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Muy engañada estuve
JOVEN DE LA MOCHILA.- Mira, vete a un convento, ¿para qué te has de exponer a ser madre de hijos pecadores? Yo soy medianamente bueno; pero al considerar algunas cosas de que puedo acusarme, sería mejor que mi madre no me hubiese parido. Yo soy muy soberbio, vengativo, ambicioso; con más pecados sobre mi cabeza que pensamientos para explicarlos, fantasía para darles forma, ni tiempo para llevarlos a ejecución. ¿A qué fin los miserables como yo han de existir arrastrados entre el cielo y la tierra? Todos somos insignes malvados: no creas a ninguno de nosotros, vete, vete a un convento... ¿En dónde está tu padre?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿Conseguiste las medias?
JOVEN DE LA MOCHILA.- Sí, me tocó en Las Gatas
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- A la fija. En casa está, señor.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Te debo una. Sí, pues que cierren bien todas las puertas, para que si quiere hacer locuras, las haga dentro de su casa. Adiós.
VOZ OFF.- Próximas paradas Avenida treinta y nueve y calle cuarenta y cinco
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¡Oh! ¡Mi buen Dios! Favorecedle. Hagámosle de nuevo.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Espera, déjame decirte lo que sigue que me está dando duro.
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Ok, dale, yo te sigo.
La joven de gafas oscuras toma el texto argollado que reposa en sus piernas y comienza a leer sin hablar.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Si te casas quiero darte esta maldición en dote. Aunque seas un hielo en la castidad, aunque seas tan pura como la nieve; no podrás librarte de la calumnia. Vete a un convento. Adiós. Pero... escucha: si tienes necesidad de casarte, cásate con un tonto, porque los hombres avisados saben muy bien que vosotras los convertís en fieras... Al convento y pronto. Adiós
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¡Bien, mi Hamlet, traidor! Si me vuelvo loca es culpa tuya.
VOZ OFF.- Calle Avenida treinta y nueve
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- Hay pastas con carne molida.
JOVEN DE LA MOCHILA.- Perfecto. ¿Vinito?
JOVEN DE GAFAS OSCURAS.- ¿A esta hora? Por supuesto. Y seguimos ensayando.
APAGÓN
ESCENA QUINTA
(Dos personajes. Son una chica, que chatea desde su celular, y un chico sentado al lado de ella. La pantalla ubicada al fondo del escenario proyecta la conversación del chat).
-¿Ya pagaste los derechos de grado?
-sí, por fin
-¿Te prestaron la plata?
-No, mk, me corté el pelo
-¿??
-jajaj, sí
-Te pregunté, si pagaste los derechos grado
-Por eso
-Qué tiene k er
-Mrkaaaa, que vendí mi pelo, necesitaba $$$$
-Nooooo, estás loca
-tpú?
-Aún no
-K harás?
-Mi tía me va a mandar la plata
La chica abre otra ventana de chat
-Hola
-Hi, mi precisa (sí, así)
-Un poquito triste
La otra ventana
-K bien
La segunda ventana
-Ya casi llego para consentirte
-¿Te demoras mucho tiempo? Much time do yu?
- Tú sabe que yo feliz quedaría siempre a tu lado
- Hace mucho frío y tu muñequita sufre mucho
(La chica a su compañero de silla)
La chica.- Mira
El chico.- ¿Qué es?
La chica.- Ay, no, esta no. Esta.
EL chico.- ¿El gringo?
La primera ventana.- ¿Cuánto te dieron?
-Trescientos mil
-Bien… no?
El chico.- Amiga, el man te está copiando pero mucho.
La chica.- Pues, amiga, si el tipo me lleva yo después me lo llevo a usted.
Segunda ventana.- Mi muñeca carnívora
-Tuya nada más
- Mía, mía, mía?
- of you, of you, of you
El chico.- Y cómo le va con el inglés, amiga
La chica.- Yo le digo a él que me enseñe y ahí me enseña algunas cosas. Y yo practico con él.
Primera ventana.- Y cuando se gradúe se va para España?
-La verdad no sé, china. Mi tía no me ha dicho nada. Tengo es ganas como de irme a los estados unidos para probar suerte.
-Pero allá está como pailas
El chico.- ¿Se imagina los dos allá? Chaz, chaz, por el este de la fama. La pasarella larga, larga.
Primera ventana.- Hágale, amiga. Ud es bien bonita
-Gracias, usted no se queda atrás, amiga
pero el problema
es que usted está encacorrada, china
y ese man no le da nadame han llegado solicitudes de unos manes por face.
-Se apuntó?
-¡Noooo! Jjjjj me Bairon me mata
Segunda ventana.- love you
-Mi 2.
-Mi muneca está chatting con alguien?
-Con mi tía, amor, de España
Me va a colaborar con lo del grado
-Por qué no me hubo dicho?
-Has dicho
-Eso, con tigo boy aprnder mucho español
-Y yo much inglish
-Ya verás, cómo está mi plantita carnívora
-Triste
EL chico.- A qué le llama plantita carnívora?
La chica.- (Señala su vagina)
El chico.- Jajajajaja, usted lo que tiene ahí es un monstruo traga los hombres
La chica.- Ja, tan atrevido. No tanto como usted, mamita.
El chico.- Mi amorsh, elástica y complaciente.
(La pantalla del fondo abre una tercera ventana. Es la primera ventana del chico)
Ventana del chico.- Hola
-Hola, papito, hermoso
Mándame una foto tuya
-Ya tienes
-Naked
-¿??
-sin ropa
-No puedo
La chica (a Chico).- ¿Dónde vamos?
El chico.- Ya casi.
Primera ventana.- Amiga, salgo para la universidad a pagar los derechos
Ventana del chico.- Estoy en el trabajo
-Solo una. Muero por ver a ti sin ropa
-Estoy celoso
-Por qué? Papito
Segunda ventana.- Triste porque la tiene abandonada
-¿Abandonada?
-Solita
-¿La plantita quiere besitos?
-Muchos besitos
La chica.- Mire. (Le muestra su celular al chico) Pero si quiere, tendrá que soltar los verdes
Ventana del chico.- Porque creo que yo no soy el único acá
-Papito, you know, no es fácil para mi. Tu sbe lo que refiero.
-Entonces, por qué te fijaste en mí.
-Mándame la foto. Las nalguitas.
-¿Carnivoras?
-Sí, mis nalguitas carnívoras.
Primera ventana.- ¿?
¿?
¿?
Segunda ventana.- Es que le estaba pidiendo a mi tía ayuda
Para pagar los derechos de la u
-How much
-Ayy, no te endiendo
Tú gringo, yo colombiana
-Perdón a mi, me confundo. Cuánto vale?
Ventana del chico.- Es que siento que no quieres nada serio conmigo
-Ya te he dicho. Te quiero como mujer
-Eso vale mucho
-Acá en America
-Más caro y no tengo visa
VOZ OFF.- Marly
LA CHICA.- Chao
EL CHICO.- Chao
La luz enfoca únicamente al chico.
VOZ OFF.- Próximas paradas, calle cincuenta y siete y calle sesenta y tres
VENTANA DEL CHICO.- Te voy a decir la verdad
-oh, me sustas
-jajaja, no es nada
-Dime, dime, papito
-No te puedo mandar la foto porque voy a verme con Angélica
Voy a prestarle la plata para la u
-Oh, yo iba a mandar para ella
- Ah, no sabía. ¿Sí ves? No me quieres a mí.
-Te quiero como mujer, tú lo sabe.
ESCENA SEXTA
NARRADOR.- El chico se quedó en la siguiente parada. Se fue con el pensamiento de que se había convertido en el pensamiento de un hombre de esos que en las películas se dicen americanos, que tendría asegurada la posibilidad de llegar a los Estados Unidos y se había proyectado, incluso, de regreso a la misma situación en otras condiciones, tal vez, él, la chica, transporte público, pero de visita en la ciudad, en abundancia, pleno libertad y de desparpajo para disfrutarlas.
El chico se quedó en la próxima parada con el pensamiento de proponerse la meta de cambiarse el sexo, de que ya era hora de asumirlo y de que trabajaría, fuertemente, por ello, además, era la única posibilidad para trazar su vida, unida eternamente, al gringo que le había prometido su amor solo cuando él fuera ella. Y sintió que valía la pena.
ESCENA SÉPTIMA
NARRADOR.- El conductor del bus articulado había decidido que disfrutaría su nuevo trabajo. Siempre disfrutaba todo lo que hacía, siempre, antes y ahora, ahora y después. No quería envejecer de tedio en medio del caótico caos de la ciudad porque, si de ventanas para afuera se huye de la convulsionada ciudad, dentro, dentro del bus articulado, hierve otra ciudad en la que se juntan los buenos con los malos; sus olores se entremezclan tanto así que los malos tienen la oportunidad de oler el miedo. Hay agresiones constantes allí dentro, de personas que lo único que se proponen es estrellar sus fracasos contra desprevenidos pasajeros atascados estallando unos y otros en conversaciones, en descubrimientos mutuos como el saber que la otra persona pensaba y sentía exactamente lo mismo y que, tal vez, pudo haber sucedido que se pusieran de acuerdo para iniciar algún proyecto por compatibilidades, pero que… ok, el caso es que el tipo iba manejando el articulado y quiso que el volante fuera un caballo sobre el que iba montado…
(Al otro costado del escenario, la luz hace aparecer al conductor del bus articulado quien pareciera montar un caballo)
CONDUCTOR.- mch, mch…
NARRADOR.- …como si se tratara de su caballo. Hacía eso cuando el semáforo cambiaba de amarilo a verde y, de repente, cantaba en un mal inglés con el que pretendía rapear. De uno en uno, algunos pasajeros lograron percibirlo y, cada uno de los dos, entendió que los dos habían entendido lo mismo y decidieron que el tipo estaba loco. El conductor leyó un letrero en el que el senador Bernabé promocionaba su candidatura pero el conductor logró hacer reír, a quienes ya tenían puestos sus ojos sobre él, lo que él disfrutaba, cuando les dijo que Bernabé era un corrupto,
CONDUCTOR.- ¿saben por qué?
NARRADR.- Les interrogó a través del retrovisor. Dos de ellos negaron con la cabeza y un tercero, que fue el segundo que se dio cuenta de la presunta locura, se atrevió a decir, en voz alta que no.
NARRADOR.- Les dijo que era porque Bernabé le pegó a muchilanga, le echó burundanga les hincha los pies.
CONDUCTOR.- (Cabalga, habla con su caballo, lo consiente cuando llega a un semáforo y hasta lo imagina como un caballito volador. Recuerda una canción discotequera, la canta y así recorre, no sabe cuántos kilómetros, como si volara y hasta saluda cortésmente a la cajera de turno de cada estación. Hace una coreografía mientras conduce el bus. Se nota cuando entra al coro porque se emociona y canta y baila más fuerte. Frena bruscamente, se conduele por un choque simple que ve afuera, sigue adelante; tranquiliza a sus pasajeros espectadores
(La luz enfoca únicamente a Conductor)
CONDUCTOR.- Que no cunda el pánico, como dice el Chapulín, siempre he sido muy cuidadoso. Si algo tengo yo es que siempre he sido muy cuidadoso porque, si le pasara algo a uno, a mí, vaya y venga, pero que por la culpa de uno se mate una persona, o quede mal herida no me parece justo. Es que, para mí, esto de manejar no es un trabajo, para mí, conducir el articulado es prestar un servicio a la comunidad y que lo hago por simple gusto y satisfacción.
(Conductor continúa divirtiéndose por su cuenta mientras conduce)
NARRADOR.- Entonces, bueno, el caso es que …en realidad, ni siquiera había sido un propósito, ni siquiera una convicción porque para él no representaba un agotamiento el ayudar a otros, simplemente era feliz, tal vez por eso no hubo nunca un mal caso de robo en el articulado, es decir,… no es que no los haya habido como el que le pasó al hombre que dormía y que el tipo del maletín le robó la billetera, porque digamos que ahí fue porque el otro dio papaya, digo que no hubo eso de que la gente siempre cree que está en la jugada y, al final, termina siendo robada, lo que resulta muy humillante porque “¡a qué horas si yo estaba pendiente!” Eso es humillante
VOZ OFF.- Calle cincuenta y siete. Portal ochenta
CONDUCTOR.- Calle cincuenta y siete. Portal ochenta. (Variando la voz) Calle cincuenta y siete. Portal ochenta. (Explorando otra voz) Calle cin/cu/en/ta/y/sie/te/Porr/tal/ochentaaaa. Mch,mch, mch, arre, arre. (cantando)
I was walking i was walking
walked walked
i was walking i was walking
walked walked
my mama allways said to me
go go go
go go go
Cause i always gonne build
Build build
Love love love
Love love love
ESCENA OCTAVA
(Solo narrador)
NARRADOR.- Los pasajeros quedaron con la sensación de que era una excelente canción pero con la duda de haberla escuchado alguna vez en la radio o en el internet. Ni siquiera Conductor lo sabía, o era consciente, él, lo que sabía era que tenía ya un repertorio de canciones, que cuando las interpretaba la gente le aplaudía mucho y que, tal vez, hubiera podido ser famoso, según le decían todos. De hecho, alguna vez alguien le propuso grabar pero lo tomó tan divertidamente que decidió contarlo como una anécdota imaginando, nunca, que fue esa la oportunidad de haber cambiado, tal vez, el volante por un micrófono, escenarios, whisky y excesos; sin embargo, Conductor, era un gordito simple que ni la necesidad de mujer había sentido en la vida y era algo que jamás le había quitado el sueño ni su auto estima.
ESCENA NOVENA
(Un Pasajero al que llamaré Pasajero Narrador. Cuando ya todos los pasajeros se han bajado. Solo quedan El Conductor y el Hombre al que le robaron la Billetera).
PASAJERO NARRADOR.- Martica y yo estábamos conectados. Desde que nos vimos hoy, no habíamos parado de conversar, de imaginar, de reír, de angustiarnos un poco porque tal vez hubiera algo que, debido a nuestro encuentro casual, hubiese quedado sin hacerse, no sé, algo especial.
De pronto, nos dimos cuenta de que, frente a nosotros, viajaba una mujer mayor, tal vez de unos sesenta y ocho años, robusta, fuerte; de cabello corto que, de no ser porque lo llevaba esponjado a punta de secador, podría pensarse que se trataba de un hombre antes de notar también que llevaba aretes rojos de la línea Contessa.
El bus hizo su parada obligatoria. Por la puerta de dos cuerpos que se abrieron al costado, comenzó un fluir de seres humanos afanados tratando de entrar y de salir; algunos de ellos con rostro desencajado por la desesperación de lograr un puesto para sentarse, como si se tratara del único puesto notable que fueran a ocupar en la vida. En medio del torrente humano una mujer, joven, de saco rojo, lleva de la mano a un anciano.
Minutos antes, en la estación de bus, el anciano hombre ya había notado la presencia de la chica del saco rojo. Se había dado cuenta de sus grandes ojos negros, de su cabello negro liso y abundante y hasta le había quedado tiempo para disfrutar del perfume floral que la chica expelía como si se lo hubiese untado al salir de casa con el fin de causar revuelo. El anciano despreció, por un momento su marchita piel y deseó que la chica lo viera como un hombre joven aún, enérgico y, sobre todo, quiso que supiera que contaba con gran sentido del humor.
La chica del saco rojo dio un paso atrás cuando se abrió la puerta de la estación. Al otro lado de la puerta, un bus compuesto por tres vagones había estacionado. Las puertas del articulado se abrieron dando inicio a un fluir de seres humanos afanados pugnando unos por salir otros por entrar; algunos de ellos con rostro cargado de ilusión al saber que habían dejado atrás el estrés de viajar como un enlatado en el gusano metálico. La chica del saco rojo, tal vez porque sintió la mirada del anciano, tal vez porque es una generosa mujer, detiene su avanzar hacia el bus y se devuelve para ayudar al viejo a entrar en el bus. Piadosa, ella, lleva de la mano al anciano hasta encontrar para él una de las sillas destinadas para personas en condición de discapacidad, adultos mayores y mujeres con niños de brazos, cuando en realidad es para mujeres con niños en brazos según lo que quiere decir la última frase.
Una silla estaba sin ocupar. Se trataba de uno de los asientos especiales ubicados al lado de la mujer robusta de cabello corto y aretes rojos de la línea Contessa. La caritativa chica se aseguró de llevar a cabo su objetivo de ubicar en la silla al desvalido viejo que se despedía de ella con mirada briosa y amplia sonrisa, gritando, en silencio, que dentro del desgastado estuche humano vivía un joven espíritu de unos veinte años y sobre todo con mucho amor para ella. La joven mujer del saco rojo se alejó y se ubicó una silla adelante, gracias a la galantería de un muchacho de veinte años reales, brioso, de provocativas proporciones en su cuerpo quien, pese a llevar cpuestos grandes audífonos blancos, notó que le bella chica había quedado de pie.
-“¿Este va hacia la ochenta?”- Preguntó el anciano a la mujer de sesenta y ocho años, cabello corto y aretes rojos Contessa, que se encontraba a su lado derecho. Ella, la mujer, miraba a través de la ventana del articulado el rápido pasar de la vida. De pronto, su realidad fue desgarrada. La pregunta del viejo la obligó a volver al presente, a la silla especial que ocupaba para darse cuenta de que a su lado, se había sentado ese nuevo pasajero.
Con fieros ojos pequeños enmarcados en pintura negra observó al hombre. Se encontró de frente con una amplia sonrisa de dientes naturales que pese a un buen cuidado durante más de siete décadas presentaban cierto tono amarillo que ella encontraba repugnante. La mujer, seria, de fieros ojos, soberbia, amontonada sobre su cuello ahorcado en una sofocante blusa blanca de gigantes flores, se tomó el tiempo antes de contestar para preguntarse cómo era posible que ese decrépito viejo, de boina gris a cuadros, bigote blanco recortado, de huesudos pómulos y con una pata en el más allá, se atreviera a pensar ¡tan siquiera un instante!, que ella sería una mujer popular con la que cualquier viejo viudo, o perro, viejo verde en todo caso, pudiera entablar una conversación con la excusa de no saber si el personaje se había subido en el bus correcto o no. ¡Qué viejo más atrevido y desagradable!, así que contra preguntó. “¿QUÉ?”
Yo que estaba de pie, tenía un favorable ángulo izquierdo en declinación hacia la mujer de sesenta y ocho años logré, tanto verla como escucharla responder a la pregunta que le había hecho el hombre mayor. “¿QUÉ?”
Había preguntado, como respuesta. La mujer que ahora de perfil dejaba ver mejor sus vidriosos ojos de telarañas rojas en los otrora glóbulos blancos; también noté su gigantesco pecho atorado entre un chaquetón acartonado de paño verde oliva. Yo no sé si el anciano vio lo que yo vi, y si escuchó lo que yo oí, pero la mujer me recordó una lora vieja de carácter fuerte y voz… voz de lora, tal cual.
El desprevenido anciano, ni siquiera se tomó el tiempo para pensar. Inmediatamente volvió a preguntar “¿Este es el que va por la ochenta?” La lora atascada en blusa blanca de flores y chaquetón verde se preguntaba cómo era posible que el viejo verde vestido de chaqueta de cuero café, recurriera a semejante simpleza de pregunta como excusa para lograr su atención. Cómo era posible que el viejo verde este, de boina, se creyera con ínfulas juveniles para pensar que estaba abriendo exitosamente la puerta para invitarla a salir, a ella, mujer recatada, religiosa, exitosa dueña de su propio negocio. Alcanzó a acalorarse más de lo que el atestado bus provocaba. “sí, señor, este es”.- Contestó seca. “Ah, gracias. Es que me subí sin darme cuenta si era el que me servía”
La lora que, al parecer ya superaba con ventaja, también, las seis décadas; de pelo corto y aretes de colección Contessa, no logró recuperar la tranquilidad. Mientras avanzaba, acomodada a sus anchas en el asiento del bus, observaba de nuevo, a través de la ventana, la ciudad que continuaba quedando desesperadamente atrás. Sin embargo, su pensamiento estaba anclado en el momento en el que el viejito le volviera a hacer otra pregunta, después otra y luego otra. Pasó su gorda, blanca y pecosa mano derecha arriba de su labio superior, entre la nariz y el labio, para secar el sudor que la presencia del asqueroso viejo le provocaba, y quien con seguridad en ese momento, la estaría desnudando con la mirada. “¡Quién usa boina en esta época!” – Pensó el regordete avechucho humano. Solamente un viejo aguardientero que malgasta sus noches entre el ruido y la permisividad de algún obscuro y pequeño local atestado de viejas conchudas, sin oficio, que en lugar de estar en casa se la pasan entre piernando con cuanto viejo de boina y bigote las invita dizque a bailar tango. Seguramente pensó.
VOZ OFF.- Calle setenta y dos.
PASAJERO NARRADOR.- De pronto, comenzó a sentirse más sofocada, olvidó la ciudad y volvió sus ojos a sus manos. Extrañamente sentía sus anillos más ajustados. Sí, sus manos se habían hinchado, su frente sudaba inapropiadamente ya y necesitaba tomar una decisión. Necesitaba enfrentar a ese viejo verde que entró de la mano de una chica de saco rojo, tal vez morboseándola y decidió que debía ser ahí mismo. Era imperioso enfrentar con la mirada al viejo, sorprenderlo en su libidinosa mirada. Qué le iba a decir, no importaba, el momento se encargaría de ello.
Entonces, con la enorme dificultad que su sobrepeso, su chaqueta de rígido paño verde y su atascado cuello en la blusa de tela blanca floreada le permitió, se giró lo más súbito que con s gordura pudo, dispuesta a encarar al cuchito dicharachero pero él, había desaparecido.
Tres estaciones atrás el hombre había llegado a su destino y tuvo que apearse del articulado bus con la frustración de no haber sido capaz de invitar, tan solo, a una noche de tango a aquella mujer que le había robado el corazón, a quien amó sinceramente un rato, en silencio, y a quien solamente recordaría como a La Mujer del Saco Rojo. La mujer se quedó allí, en la calle setenta y dos, llevándose consigo sus aretes rojos Contessa. Martica y yo nos miramos. No tuvimos que hablar para comprender que habíamos tenido exactamente la misma lectura…Bueno, para qué les voy a decir que este cuento es de Chejov ni nada de esas cosas… eh…, el cuento es mío, es una improvisación mía y se titula La Chica del Saco Rojo. Si les agradó les agradezco su apoyo, soy un artista y esto es narrativa urbana, historias cotidianas y que nos muestran como somos. Así que agradezco el aporte con el que ustedes valoren mi trabajo… ah, otra cosa, no les voy a decir por quién votar ni por quién no, no les voy a decir que voten por este o por el otro porque puede que yo esté equivocado y si me equivoco me equivoco yo pero quedo tranquilo porque no me llevé a nadie conmigo, pero voten, voten, voten bien, voten a consciencia.
(Pasajero Narrador se da cuenta de que ya no queda nadie más en el articulado, sino él, Hombre al que le robaron la Billetera y Conductor. Se ríe de sí mismo)
APAGÓN
ESCENA DÉCIMA
(Hombre al que le robaron la Billetera)
Escena de acciones
Hombre al que le robaron la Billetera soporta el peso de sus ojos para no dormirse. Sonríe. Continúa hundido en su cuello. Sonríe con complicidad. Lo entiende. Sabe que el tipo, el Pasajero Narrador, estaba como él, en la lucha.
Pantalla de fondo proyecta subtítulos diseñados para producir nostalgia: “Igual, ya solo quedaba el recuerdo. El joven se había bajado ya y cada quien siguió su propio camino”.
El Hombre al que le robaron la Billetera observa a través de los ventanales. Lleva su mano derecha al interior de la chaqueta. Se da cuenta de que no tiene su billetera. Se rebusca en otro bolsillo, en otro y en otro. Rebusca en su viejo morral. No lo puede creer y se lamenta. Se resigna. (Había dado papaya, como dicen).
Frustrado continúa observando la ciudad, está un poco más gris que de costumbre.
El Hombre al que le robaron la Billetera, quiere creer que pudo haberse quedado su billetera en algún lugar de la obra aunque sabía que las posibilidades eran pocas. Lo habían robado.
De pronto, el bus articulado comienza a zozobrar. De un momento a otro se sacude como un gusano plástico en el mar y hasta se sacudió como un simulador vaquero sobre un toro.
De repente todo se hace oscuro afuera. Una nube de polvo, gris profundo, casi negro, ha cubierto toda la atmósfera, aunque al interior del bus nunca entró rezago de humo.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- Por Dios
(Aparece El Conductor)
CONDUCTOR.- (Como azuzando un caballo) Mch,Mch,Mch (Deteniendo el bus y observando al frente) woww, wowww, wowww. La profecía. Vea pues. Sin trompetas, sin campanas, sin señales en el cielo. ¿Lo ve? Se acabó. Se acabó todo.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- (No responde)
CONDUCTOR.- Esos gringos son la verraquera. Vea, igualito, vea. Autos que caen, los vidrios estallados en una nube de polvo, ja, hasta el hidrante, vea. Los tubos rotos y la ciudad llena de huecos.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LAL BILLETERA.- (No responde. Observa estupefacto al exterior. El bus ya no avanza pero la ciudad, parece que se queda atrás.)
CONDUCTOR.- Venga a ver, yo qué dejé por hacer. Yo creo que nada, a nadie le debía, no tenía problemas con nadie, ni tuve... No, nada. ¡Jue, pucha! y uno qué dice. Porque esto ya es el fin el mundo, mano, vea.
EL HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- (Lo mira incrédulo. Tratando de entender algo en la mirada de Conductor. Sin exageraciones del gesto).
CONDUCTOR.- Bueno, ahora sí, a poner en práctica el catecismo, marica, parece que esa joda era verdad, vea. Porque, mire usted para allá. Yo no veo nada, no se escucha ni se ve nada. Es como si todos se hubieran muerto y el humo no cesa. (La memoria de El hombre al que le robaron la Billetera le trae el recuerdo de la Torres Gemelas pero aún no sale de su estupefacta impresión. Poco a poco el escenario queda a oscuras)
ESCENA DÉCIMA PRIMERA
CONDUCTOR.- Porque vea, decían que los que quedaban vivos iban a ser interrogados por el Señor y si yo estoy consciente de esto es porque estoy vivo… maariicaa., hm, y a quién se lo cuento si yo creo que ni instagram debe haber. Venga yo miro. (Toma su celular) Ah. Mire. Catorce llamadas perdidas y ciento quince mensajes de Whats App. Pero es que yo como le decía, usted me escuchó de pronto, cuando yo decía que para mí mis pasajeros eran mi responsabilidad, no solo de llevarlos bien, sino que sintieran que vivieron una experiencia porque a la gente le hace falta, a la gente necesita estímulos…bueno, le hacía falta, ya pa qué, vea, ya el tiempo se acabó. ¿Qué hora es? /Son las cinco/no marica, es la hora final. Ja, ja, ja. (Conductor se recuesta sobre la cabrilla a contemplar el desolador y negro panorama)
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA.- Venga, disculpe señor…
CONDUCTOR.- Noé, para servirle.
HOMBRE AL QUE LE ROBARON LA BILLETERA (Que de ahora en adelante se llamará HRB).- Noé, venga. Reconozco que me tomé unos tragos, bueno, sí, pero primero el trabajo antes que nada y bueno, hoy martes me dio porque quería hacerle a unos aguardientes, usted sabe cómo es… venga, es que, estoy preocupado.
CONDUCTOR.- ¿Preocupado?
HRB.- Sí, y pues se lo digo a usted porque no quiero llegar mal a mi casa y porque sé que no hay nadie más acá en el bus, pero, es que no me he podido bajar señor.
CONDUCTOR.- Bajarse.
HRB.- Sí, pero es que es muy raro porque tengo la sensación de que algo pasó allá afuera. Como si hubiera habido un terremoto. Pero pues me parece raro porque no me di cuenta a qué horas pasó.
HRB.- (Camina observando hacia el exterior caminando entre la silletería vacía) Yo que le tenía tanto pánico a ese momento y vea, ni siquiera me di cuenta. Una fuerte sacudida pero sin pánico. Aquí, qué hace uno. Ni siquiera grité, usted sabe, uno que después de que pasan las cosas es que hace chistes después de un momento de miedo. ¿Qué se supone que sigue? ¿Qué se supone que hay que hacer?
CONDUCTOR.- Pues si es cierto eso de que viene el Juicio Final, pues yo creo que ir preparando las respuestas. Claro que dicen también que a uno dizque le tienen como una película de la vida de uno, qué susto. (Mirando hacia arriba) Ni bolas de fuego, ni saetas de día, ni de noche, ¡Marica! Yo no sabía que me había aprendido el puto salmo.
HRB.- ¿Qué sigue? Bueno, no. Yo creo que estamos exagerando. Esperemos un momento a ver si pasa el humo y salimos. Alguien debe haber allá afuera. Bomberos, por lo menos. (Pausa. Cambio de luces)
CONDUCTOR.- Pues si es como en las películas, sí. Porque puede pasar lo que sea pero siempre quedan bomberos y policías.
HRB.- Alguien vendrá
CONDUCTOR.- (No responde. Observa el exterior)
HRB.- ¿Qué hora es? (Mira su reloj) Tengo todavía una hora.
(Conductor de bus lo mira por el retrovisor. HRB entiende la mirada)
HRB.- Eso se llama Fe
CONDUCTOR.- Usted también cree.
HRB.- En qué
CONDUCTOR.- En esto.
HRB. ¿Cómo se debe vivir?
CONDUCTOR.- ¿Entre qué?
HRB.- Es que si usted lo vive como algo religioso se doblega y resigna, pero si lo vive como un mito, al menos usted tiene la oportunidad de haber luchado y salir triunfador.
CONDUCTOR.- Me sorprende
HRB.- Yo también me sorprendo. No sé ni porqué lo dije. Una cosa no tiene que ver con la otra.
CONDUCTOR.- En ese caso vamos a la acción. ¿Qué vamos a hacer?
HRB.- No lo sé, usted es operario de bus, llame la operadora… (Pausa) Perdón, lo olvidaba. Claro.
Está bien, no llame a la operadora pero en ese caso usted es representante de la empresa que bien mal servicio presta y ahora resulta que me voy a tener que ir a pie… ¡Irme a pie! ¡Irme a pie! ¿A dónde? ¿Por dónde? Ese humo parece que va a demorarse allí.
CONDUCTOR.- Es humo y polvo. Decían que el sol se iba a eclipsar tres días o no sé cuántos años algo así. Que sería una época de oscuridad y que moriríamos por eso.
HRB.- La fotosíntesis. Vea pues. Creo que es la primera vez que uso algo de lo que aprendí en el colegio para la vida. Porque a uno no le enseñan a pegar un ladrillo. Es como si quisieran hacernos creer que la vida se ganaba solo por ser buen estudiante. Tuve un compañero que se retiró en segundo para vender sonido. No se tragó el cuento. Alguien vendrá. (Lo dijo convencido) Voy a llamar a casa para decir que estoy bien. (Manipula su celular para hacer la llamada) Mierda. Ni siquiera sale la llamada. Y ni modo de saber si el daño es allá o acá. En el teléfono fijo, al menos, se sabía que si no había tono era porque el daño era de uno. Alguien vendrá.
CONDUCTOR.- Porque si quiere ensayamos las preguntas.
HRB.- ¡No jodás! ¿Servicio de recreación mientras vemos qué pasa?
CONDUCTOR.- (Para sí) Primer Strike
HRB.- (Mirando hacia afuera) Oiga, ¿y es que es en serio? ¿No va a cesar?
CONDUCTOR.- Nop.
HRB. ¡A ver! Ni usted parece la Virgen María ni yo San José como para ser los escogidos.
CONDUCTOR.- Neo, Trinity.
HRB.- Mañana tengo que madrugar.
CONDUCTOR.- (…..)
HRB.- ¡Mañana tengo que madrugar!
CONDUCTOR.- Eso se llama Fe (Conductor y HRB esperan)
HRB.- Bueno, ya está. ¡Me bajo y busco a alguien!, busco algo, hago algo, ¡pero ya!
No sé usted. Bueno… no sé usted. (HRB Se para frente a la puerta) ¡La puerta!
CONDUCTOR.- No abre
HRB.- (Da un puñetazo a la puerta. Se hiere la mano considerablemente)
CONDUCTOR.- Primera reacción del ser humano. Golpear. ¡Pum! Unas veces hacemos daño, otras veces nos lastimamos. Usted hoy se lastimó la mano.
HRB. No pueden retenerme. Tengo que irme… tengo que madrugar…. Tengo que estar en una hora…. ¡¡¡¡Tengo, tengo, tengo que!!!!! (Da una patada a la puerta. Se lastima considerablemente el pie)
CONDUCTOR.- Déjeme le ayudo.
HRB.- (Se queja realmente).
CONDUCTOR.- Quítese el zapato
(HRB Se quita el zapato izquierdo. Conductor palpa el pie de HRB)
CONDUCTOR.- Tiene fractura de falange y esquince en primer grado
HRB.- ¿Todo eso? Solo fue una patada
CONDUCTOR.- Punta pie. La patada es así, como la de un caballo,
HRB.- Lo que sea, solo fue una.
CONDUCTOR.- ¿Empezamos a practicar?
Apagón
ESCENA DÉCIMO TERCERA
(HRB duerme. Conductor observa al horizonte desde su cabrilla. HRB despierta. Ve a Conductor)
HRB a Conductor.-Ah, usted acá.
CONDUCTOR.- Nosotros acá.
HRB.- Quería saber que había sido un sueño.
CONDUCTOR. – ¿Yo soy la razón para que no sea un sueño sino una pesadilla?
HRB.- No quise decir eso.
CONDUCTOR.- A veces herimos a las personas con ligeras respuestas
HRB.- Disculpe, no lo dije en ese sentido.
CONDUCTOR.- No se preocupe, no lo decía en serio. Aprendí a reírme de mí para minimizar la afectación que me causaba cuando los demás se burlaban de mí, hasta que desapareció. Una vez, me encontré con una amiga. Yo iba muy bien vestido, me había puesto mi sombrero. Ella me dijo que estaba muy elegante, lo dijo de bien, pero yo le dije “me vestí como Rin Rin Paseador”. Soltó una carcajada y me dijo que yo era duro conmigo mismo. Yo le dije que aprendí a reírme de mí para que no me afectara cuando los demás lo hicieran conmigo. No sé, no sé de dónde lo aprendí. Tal vez mi mamá tuvo que ver, ella me decía que apretara su nariz de guama.
HRB.- Ja, ja, ja, ¡Nariz de guama!
CONDUCTOR.- Y era linda, sí, yo sé, no era una nariz estéticamente linda pero era linda, usted me entiende, como Celia Cruz.
HRB.- Bueno. ¿Qué sigue?
CONDUCTOR.- Diga no más.
HRB.- Cómo, diga no más.
CONDUCTOR.- Usted dirá
HRB.- Avance, entonces
CONDUCTOR.- NO se puede. No hay nada allá afuera
HRB.- Entonces, ¿Para qué me pregunta?
CONDUCTOR.- Diga usted
HRB.- (Piensa un instante) Hágale pues
CONDUCTOR.- Qué cosa
HRB.- Usted verá
CONDUCTOR.- Las preguntas
HRB.- Espere un momento. Estamos usted y yo. Y usted quiere saber de mí. Usted quiere entrenarme en preguntas pero no hay nadie más. ¿Es una forma de entretenerse? ¿Me está utilizando para pasar el tiempo que dure la nube de polvo en desaparecer? Si es así, yo pongo también mis condiciones. Puedo decidir qué contestar y qué no. Igual, todavía tengo media hora…, ahora es un dicho.
CONDUCTOR.-NO creo que sea válido, pero yo le voy preguntando y ahí vamos viendo. ¿Para qué?
HRB.- Cómo, para qué. Espere un momento. Yo no creo que a uno le hagan perder tantos años y tanto tiempo como pa que llegue uno al juicio final y la pregunta de Dios sea sólo ¿Para qué?
CONDUCTOR.- ¿Por qué no?
HRB.- Un momento. Ni siquiera hemos pasado la primera. Usted no me ha respondido. En este momento me declaro fuera del juego hasta que me conteste
CONDUCTOR.- No es un juego, es un entrenamiento.
HRB.- Tampoco lo tome tan en serio. Era solo una posibilidad. No puede entrenarme en algo que nadie sabe cómo es.
CONDUCTOR.- ¿Hay más posibilidades?
HRB.- ¡Tiene que haberla! No planeo quedarme acá encerrado hasta que alguien llegue.
CONDUCTOR.- Mitológico
HRB.- ¿Y si nadie viene? ¿Si nadie llega? Además, no sabemos si solo fue acá. Debe haber otras ciudades, con más gente; personas viendo nuestra desgracia a través de los noticieros
CONDUCTOR.- (Se acerca a las ventanas para tratar de escuchar afuere). No escucho nada. No hay nadie transmitiendo en vivo. Tampoco es una desgracia. Yo estoy bien, usted está bien.
HRB.- Bueno, la desgracia de una ciudad, de muchas personas.
CONDUCTOR.- Las probabilidades son las mismas
Oscuro
ESCENA DÉCIMO CUARTA
(Conductor envuelve la cabeza de HRB en una venda)
CONDUCTOR.- He visto tres especies que utilizan la cabeza para darse golpes. Los bisontes, las cabras y los seres humanos. Solo hay que ver a un hincha enfrentando a otro.
HRB. Las jirafas
CONDUCTOR.- Ellas usan es el cuello. De pronto hay más… puede que haya más.
HRB.- No pueden encerrarme. (Pausa) ¿Cómo dijo que se llamaba?
CONDUCTOR.- Me presenté al comienzo.
HRB.- Sí, lo sé. ¿Cómo dijo que se llama?
CONDUCTOR.- Porque usted ni siquiera tuvo la amabilidad de preguntarme el nombre y mucho menos de presentarse.
HRB.- Disculpe, lo siento, ¿Cómo dijo que es su puto nombre?
CONDUCTOR.- Noé
HRB.- (Estallando en risa) No puede ser. ¿Es una broma? ¿El Peor día de tu vida? ¿Dónde están las cámaras?
CONDUCTOR.- No… lo vi. ¿Qué operador de cable tenia usted?
HRB.- ¡No jodás que este es el Arca de Noé!
CONDUCTOR.- No sé a qué se refiere. Yo me llamo Noé y conduzco este bus. Bueno conducía hasta que…
HRB.- ¿Qué se supone que hagamos? ¿Esperamos si viene el pájaro con una rama de olivo? ¿NO se supone que el tema del Arca era dizque para preservar las especies? Pues se jodió la humanidad porque no veo cómo con solo usted y yo.
CONDUCTOR.- ¿Quiere golpear algo? Puede sacudirse contra el piso, pero corre el riesgo de que un disco se le corra… acá… la columna… y, la verdad, tampoco solucionaría nada. Ya lo vio. La mano, el pie. Déjeme ver…
HR.- Déjeme en paz… por qué yo, por qué yo…
CONDUCTOR.- Sí, es la primera pregunta que hace uno allá arriba, usted sabe, las mismas de acá, allá. El que es no deja de ser. Al menos, no hay nadie que no agache la cabeza mientras lo pregunta… los que no la agachan, dicen, son los que van para abajo. (Señalando el piso) Allá. Pero Dios, dicen los que lo han visto, aplica la dialéctica de Platón… el método Socrático, algo así. Preguntas, preguntas para encontrar respuestas. Pero como estamos acostumbrados a que todo lo queremos saber simplemente digitando en Google. Vea no más, los más jóvenes todo lo sabían por el doctor Google, tal vez por eso se suicidaron muchos. Porque parecía que ya todo estaba resuelto. Un interrogante, una respuesta. Pero usted pregunta, “Por qué yo”. Vamos a hacer de cuenta que yo soy Dios y usted me hace esa pregunta. Remitiéndome al método socrático yo le contra pregunto. Para qué.
HRB.- No puede contestar una pregunta con otra.
CONDUCTOR.- Sí se puede. Conteste.
HRB.- Bueno, bueno, sin subirsemele los humos porque ¡entonces!
CONDUCTOR.- ¿Para qué?
HRB.- Para qué… qué
CONDUCTOR.- ¿Ve que sí se puede contestar con otra pregunta? Ahora yo le contesto. ¿Para qué quiere vivir? Porque es evidente que usted está esperando una oportunidad para seguir viviendo. En el hipotético caso de que fuera a morir. O en el hipotético caso de que ya estuviera muerto y quisiera volver a la vida. Es esa su incertidumbre. Por eso no se halla.
HRB.- ¿Estamos muertos?
CONDUCTOR.- ¿Es la misma pregunta como cuando un dice, “estamos fritos”?
(Como puede HRB se desplaza, pensativo, por el centro del bus articulado. Trata de encontrar alguna luz, alguna señal allá afuera. Cambio de luces)
HRB.- Tengo hambre.
CONDUCTOR.- Primera fase
HRB.- Ni si quiera puedo decir cuántos días ni cuántas noches llevo sin comer. Hace mucho rato es de noche. Además, hace frío
CONDUCTOR.- Consecuencia
HRB.- Por mi hija…tengo una hija. Ya está mayorcita. Tiene veinticuatro años… tenía…Por mi esposa… no era la más guapa que uno diga… pero era bonita… para mí, ¿sabe?
CONDUCTOR.- Sin embargo, ese día iba para una cita.
HRB.- Somos hombres, usted sabe.
CONDUCTOR.- (Silencio)
HRB.- … no he terminado la casa… íbamos a echar la plancha el próximo mes
CONDUCTOR.- ¿Por qué? ¿Para qué? Trate de concentrarse.
HRB. Estoy cansado
CONDUCTOR.- Segunda fase
HRB.- Usted… usted está igual que el primer día. No hemos bebido agua, no hemos comido nada y usted tiene la misma energía para hacer su test presocrático
CONDUCTOR.- (Silencio)
HRB.- ¿Cómo lo hace? ¿Quién es?
CONDUCTOR.- Enfrentamiento de la realidad. Estado de consciencia. Algo que casi nadie logró jamás. Tercera fase
HRB.- (Tumbado sobre una silla) ¿Quién es?
CONDUCTOR.- Aún no ha respondido a la primera.
HRB.- ¿Quién carajos se cree que es?
CONDUCTOR.- Lo siento, no se me tiene permitido…
HRB. (Luchando contra su debilidad) ¿Permitido qué? Ya no hay nada. Ahora quién prohíbe o autoriza. ¿La contra inteligencia gringa? ¿Los rusos? ¿Nian Pun Yi? como se llame el chino coreano ese. ¿Para qué? No sé… ¿sabe..?.. no sé… no. (Luchando contra su debilidad, una vez más) Tengo una moneda, debe hacer algún contacto con algo para producir algo, tal vez un chispazo.
CONDUCTOR.- ¿Fuego?
HRB.- No sería mala idea… ¿qué me aconseja usted?
CONDUCTOR.- No sé señor, yo solo espero sus indicaciones.
HRB.- ¡Mis indicaciones! ¡Mis indicaciones! Si así fuera ya nos hubiera sacado de acá. Y para completar, me robaron la herramienta. Tengo monedas en el bolsillo. ¿Alguna vez comió moneditas de chocolate? (Le ofrece una a Conductor. Él muerde otra. Se fractura un diente). Mierda, lo que me faltaba.
CONDUCTOR.- Bueno, se me acaba el tiempo. Tengo que irme, pero no puedo hacerlo porque usted no se ha decidido
HRB.- ¿Irse? ¿A dónde? ¿Qué tengo que decidir?
CONDUCTOR.- Decidirse a contestar
HRB.- ¿Para qué? ¿Quién rayos es usted? En cuanto pase todo esto me las va a pagar.
CONDUCTOR.- Noé, su ángel guardián.
HRB.- Ja. Dios mío. El fin del mundo y el único ser vivo, además de yo, es un demente que se cree mi ángel. Si usted es mi ángel guardián, por qué no me ha sacado de acá.
CONDUCTOR.- Porque usted no se ha decidido a contestar.
HRB.- Si usted fuera mi ángel guardián me hubiera evitado todo esto.
CONDUCTOR.- Es que mi tarea es proteger su camino. Conducirlo. Yo soy un conductor. Yo conduzco por el camino que usted me dice y lo protejo.
HRB. ¿Y es que el resto de la humanidad no tenía eso? ¿Uno como usted? ¿Qué les pasó a todos ellos?
CONDUCTOR.- No se nos está permitido…
HRB.- Ya lo sé, ya lo sé, no se nos está permitido
CONDUCTOR.- A mí me dijeron, “Su misión es este señor así, así y asá”. ¿Este es su código?
HRB.- No es ningún código, es mi fecha de nacimiento… el código… qué no era el código de barras. Siempre dije que jamás me tatuaría uno; ni siquiera iba a dejar que me implantaran un chip. Dicen… (mira hacia afuera) decían que era el código de la bestia y esa sería una señal.
CONDUCTOR.- Toma esta barra de borrador. Haz un número. Cualquiera. (HRB recibe la barra de goma de borrar). ¿Lo ves? De una barra cualquiera sale un número cualquiera; un número es un código. El código existe desde la aparición de los números.
HRB.- ¡Dios! El fin comenzó hace mucho tiempo.
CONDUCTOR.- ¿Entonces? Tengo que irme
HRB.- ¿A dónde?
CONDUCTOR.- A terminar mi camino. Solo necesito su respuesta. Después, tal vez ya no nos veamos más. ¿Por qué quisiera vivir? En el hipotético caso de que fuera a suceder. ¿Para qué quisiera vivir? En el hipotético caso de que estuviera muerto.
HRB.- No lo sé. Estoy cansado… estoy agotado… porque quiero.
CONDUCTOR.- Defina
HRB. ¡Porque estoy cansado!.. ¡Porque estoy agotado!.. ¡Porque quiero! ¡Porque me da la gana! Por mi familia… por mi hija… por mi trabajo… porque el Real Madrid juega este viernes… por… por…por…
CONDUCTOR.- Una vez vi El Factor Equis no sé de dónde pero uno de los jurados era la esposa de Osborne. Recuerdo un capítulo en el que se les puso a prueba, una a una, a las participantes del grupo de ella. Aquellas que tenían más posibilidades vocales siempre, tal vez por su inseguridad, decían que lo hacían por su hijo, por su hija, por la mamá, por la familia, etcétera, etcétera, etcétera. Al final del capítulo, todas aquellas que tenían un lugar asegurado en el reality fueron desplazadas por las que no lo parecían tanto; pero es que ellas hicieron cosas que nadie esperaba; se arriesgaron, cantaron de cualquier forma, exploraron, pero nunca dijeron que querían ganar por nadie. Ahí entendí que es mentira que nosotros hacemos las cosas por otras personas. Las hacemos por nosotros mismos pero queremos justificarnos siempre con los demás y así siempre estamos evadiendo nuestra responsabilidad.
HRB.- ¡Porque me da la gana!
(La pantalla atrás publica la siguiente frase acompañada de la voz de la computadora que anuncia las paradas) “Porque me da la gana. No se reconoce o no es válida. Colabore, por favor”
HRB.- (Más agotado) Porque quiero...
CONDUCTOR.- Mitológico
HRB.- (Casi desfalleciendo) Porque estoy cansado…
CONDUCTOR.- Religioso
HRB.- ¡PORQUE QUIEEEROOO! ¡Porque soy capaz!
CONDUCTOR.- ¡Mitológico! Vamos a casa.
Una luz blanca aparece en el escenario. Va intensificándose, cada vez más, hasta que solo se ve un resplandor.
FIN
CARLOS FERNANDO POSADA TIQUE
NURVIAK
Léela en mi Blog NURVIAK
(NOVELA)

Un adolescente decide salir de su pueblo en busca de fortuna, acompañado de su mejor amigo, Rafaelle, un vendendor de pailas, cuchillos, elementos de cobre y curiosidades, a quien admira por su éxito con las mujeres y se propone ser como él.
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